Valldaura, ya despejado de pinos. Por suerte no se cargaron el que había junto a la casa.
Buscando saber algo más sobre qué era eso del IAAC (Instituto de Arquitectura Avanzada de Barcelona), al margen de la frase de que es un laboratorio para ir hacia la arquitectura del futuro, he visto “Valldaura. A quarantine cabin” (Manuel Lógar, 2021; Filmin / Atlántida Film Festival).
Es éste un documental que sigue la pauta de los que intentan captar la evolución de un proceso. En este caso, el proceso presentado a base de una serie de notas coloristas, algo de docudrama y bastante de reflejo de enorme experiencia positiva pero como quien no quiere la cosa, es el de un grupo de estudiantes (con inicial presencia y seguimiento de sus tutores, y notoriamente el últimamente muy citado Vicente Guallart) pensando, fabricando con madera y montando una “cabina de cuarentena’’ en la sede del IAAC, Valldaura, aquí al lado.
Se nos presenta inicialmente de forma impresionista un espacio -un caserón de Collcerola y su terreno- como medio laboratorio tecnológico (con impresoras 3D y demás), medio comuna ecologista.
Pero con las discusiones sobre qué hacer en la línea de la arquitectura autosuficiente (se ve que ahora se llama así a lo que nos decían era hasta hace dos días la “sostenible”) llega la primera ola de la pandemia y todo entra en una experiencia de miedo global y confinamiento… que se convierte poco a poco en el proyecto señalado.
Si he de mostrarme sincero, no he salido de un cierto escepticismo al respecto, y quizás hasta se me ha acrecentado el que ya llevaba puesto. Dando impresión de apertura total, Vicente Guallart señala al final del documental como el mayor defecto del proyecto realizado que no han cubierto una serie de aspectos ligados a su slogan de la autosuficiencia: no haber conseguido una fuente de energía propia, no haber cubierto todas las necesidades alimenticias de la comuna con el huerto y corral, cosas así). Es evidente: viendo la impresionante parafernalia de máquinas aportadas cuando hacían falta para ciertas fases, no estaría mal saber el desproporcionado balance energético que ha supuesto la puesta en marcha de la cabina, pues seguro se vería que fue matar moscas a cañonazos.
Por otra parte, me sabe mal señalarlo, pero las mismas imágenes dejan claro que una serie de operaciones se han efectuado sin un mínimo de seguridad exigible. Por suerte -al menos no se dice- no ha habido ningún accidente de consideración. Menos mal.
Luego, al buscar imágenes para esta entrada o viendo los letreros del final del documental, he dado con toda una larga serie de reconocimientos recibidos, supuestamente de nivel. Estoy dispuesto a concluir que debe haber sido un trabajo práctico muy enriquecedor para los estudiantes, pero de eso a decir que se ha dado un paso para el cambio absoluto de la arquitectura…
También al final, una chica expresa a la cámara su tristeza por haberse cargado un altísimo pino, para hacer con él ciertas piezas del techo y muebles de la cabina. Si sólo fuera uno: se han cargado medio centenar de pinos tirando a centenarios para hacer una cabina que habría que ver en qué condiciones está ahora. De acuerdo que, según dicen, con su tala dejarán más luz a los robles que formaban el bosque autóctono, pero vaya.
Sesiones de discusión.
La tría y tala de maderas, además de hecha con supuesto método científico que se veía en realidad de estar por casa, comportaba también un aprovechamiento de lo más ineficiente (proporción de madera utilizada) y un corte con sierras automáticas que se veía fue de las operaciones más peligrosas, desde un punto de vista de la elemental seguridad en el trabajo.
La cabaña resultado.
Lo que sí queda claro es que los chicos participantes se acordarán de su estancia en el centro toda su vida, y más porque coincidió con el confinamiento.
No hay comentarios:
Publicar un comentario