sábado, 23 de julio de 2022

Succession



Supongo que será perder toda credibilidad, pero ahora que he acabado la toma completa que me he auto-recetado quiero decirlo.
Desde principio de junio, para dejar atrás el caluroso día transcurrido y desintegrarse en otra sustancia, me he ido suministrando del orden de un capítulo diario de “Succession”, la serie norteamericana de HBO (creador Jesse Armstrong), que últimamente ha entregado su tercera temporada.
La terapia me ha funcionado casi al completo. La sucesión planteada por el título es la del viejo y sin escrúpulos magnate al mando de una empresa familiar que se ha hecho líder en medios de comunicación y ocio. Y, ciertamente, toda la acción de las tres temporadas, de diez capítulos cada una, se mueve por los intríngulis, estrategias, luchas intestinas y demás por conseguir pilotar la gigantesca nave.
Si la he podido contemplar con tan beneficioso resultado (es decir, acudiendo con avidez y sensación de descanso placentero al día siguiente -o, si no podía, al otro- a ver por la noche el capítulo correspondiente), es -me digo- porque se puede contemplar como quien contempla a los toros desde detrás de la barrera: no hay forma de sentirse compenetrado con absolutamente ninguno de los personajes en juego, todos ellos tarados o consumidos por una enfermiza ambición, que los convierte a veces en muñecos divertidos, pero siempre repugnantes.
Creo que fue ya en el primer capítulo de la primera temporada en el que se veía a la familia y su séquito abordando unos helicópteros con los que salir de Nueva York para participar en una cacería, celebrando así un cumpleaños. Ver la comitiva de helicópteros, como luego a lo largo de la serie ver la comitiva de coches negros yendo repetidamente a uno u otro lado mientras suena una música clásica muy apropiada para pautar la tragedia, se ha convertido estos días -estás noches- en un placer que deberé ahora substituir por otro, que no sé si sabré idear.
Tampoco es moco de pavo acompañar a la extensa familia y consejeros en sus viajes a los sitios más emblemáticos de Europa para asistir a una boda o cualquier fiesta del estilo.
Retrato mordaz del mundo de los negocios, la política, en ocasiones llegando casi a la caricatura, pero siempre con la habilidad suficiente como para lanzar el ancla y volver a dejar reposar la nave en aguas aparentemente tranquilas.
Aunque la magnificencia de los escenarios naturales en ocasiones lleve a pensar erróneamente en algún clásico cinematográfico de los de alcurnia, con palacios y jardines, una cámara sostenida sin trípode, cambios de plano algo bruscos, algún ángulo de visión dirías que despreocupado y, sobre todo, el continuo caudal de tacos y frases mordaces que constituyen los diálogos te quitan enseguida de la cabeza esa imagen, explicándote que es otro ambiente, en realidad, en el que tenemos la inmersión.
¿Alguna sugerencia para, sí necesario, seguir la terapia?





 

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