En la explosión final. No sé si se aprecia, pero me acaba de volver a mirar.
Empezando. La mano equilibradora ya en el taburete donde nunca se sentó.
No las tenía todas conmigo. Su concierto de Madrid se anuló, aduciendo la indisposición de un músico, el lunes se suspendió el “Thé avec Jane Birkin” al que invitó el Instituto Francés de Barcelona y, por otra parte, como la misma Jane Birkin había comentado a un entrevistador lo inflada que le dejaba la cortisona que se veía obligada a tomar…
Pero fueron temores infundados: Jane Birkin no sólo dio anoche su concierto en el Grec Festival de Barcelona, sino que, en vez de cumplir con oficio a lo que se había comprometido, se entregó a conciencia, llegando a hacer tres bises, con un total en ellos de ahora ya no sé si cinco o seis canciones. El caso es que, cuando creía que a las once ya estaríamos silbando en la calle, salimos, en realidad, cerca de medianoche.
Era necesario ir al recital para homenajear a quien forma parte de esa corta nómina de artistas de nuestra vida. Agradecerle su siempre volcada presencia desde sus inicios en usualmente cortos papeles como actriz, en películas de todo pelaje, o interpretando canciones con un punto de escándalo, siempre llenas de modernidad y cariño.
Empezó anoche desplegando sus últimas composiciones, pasando de canción en canción y actuando con absoluta convicción. Había llegado acercándose por detrás de su banda (3 jovencísimos -dos bajos y una batería- y un más veterano Jean-Luc a los teclados) que, con escasa originalidad, como obligado reclamo, dejaba ir los acordes de “Je t’aime, moi non plus”, hasta situarse en medio del escenario. Llegó pausadamente -y se mantuvo- en su chaqueta (¡con la noche de bochorno asqueroso que estaba haciendo!), doblando un poco las piernas, hasta situarse junto a una mesita redonda y baja, enfrente de lo que debía ser una disimulada pantalla. Entonces, toda ella inestable, situó su mano izquierda, apoyándola, sobre la mesa, como si esa fuera la tercera pata necesaria para mantener la horizontalidad, y de allí no la sacó en todo el concierto, hasta que, por el final, en un bis, envalentonada, la alzó y, en un gesto muy suyo, la colocó por un momento en el bolsillo de la chaqueta para, medio minuto después, acusando el regreso de una cierta prudencia, volverla a su sitio de origen.
En esa primera actuación, en vez de cantar la tan conocida letra, arrancó con otra. Tardó bastante en dirigirse al público. Enlazaba una canción con otra, respondiendo sólo dulcemente con un “merci!” a los cariñosos aplausos.
Llegó un momento en que sí, empezó a cantar canciones de Serge Gainsbourg, pasando a hacer lo propio con aquella cancioncilla de suave tonada que ella misma había compuesto -indicó- a los 19 años, “Di doo dah”.
Por entonces sí habló largo y tendido, micrófono en mano. El homenaje a su “metteur en scène” Etienne Daho, a quien agradeció haberle alentado para preparar y aceptar el recital, le llevó a expresar la emoción ante quienes, como él, creyendo en ella, le saben trasmitir el calor suficiente para actuar. Ahí enlazó con el calor que notaba también le trasmitía el propio público del Grec: “muchos bueno pour le coeur”- dijo. Y, aunque dijo eso del calor -me pareció que salió y todo un “griller”- en una noche de una temperatura y ambiente tan bochornosa, desde luego no se refería para nada al termómetro, que soportó con estoicismo, solo retirándose el sudor de la cara en un par de ocasiones.
Después de eso, al poco tiempo, inició la racha de bises. Si bien entiendo que buena parte del auditorio ya iba convencido de antemano, diría que para ese momento ya se había metido al resto también en el bolsillo, ganado, como apuntaba por arriba, a conciencia, de una forma admirable.
Desdibujada por las desgracias que le han golpeado últimamente (me contaron que explica se cayó con un nieto por las escaleras de su casa de Bretaña y se fastidió una buena serie de partes de su cuerpo), durante el concierto, en varias ocasiones, te entraba un escalofrío -¡con esa temperatura!-: los quiebros de su voz, tan identificables, te recordaban que era ella a la que estabas viendo, ahí entregada, ganándose paulatinamente al auditorio.
Pero quiero señalar un punto más a su favor. En el compuesto bis final, cuando ya todo el mundo esperaba que iba a finalizar ahí, tras agradecer la recepción, cuando todo apuntaba a que iba a acabar con una cancioncilla de lo más sentimental, para reforzar el sentimiento logrado, se puso a interpretar una creación de Arno, “Putain, putain”, que, lejos de la tonadilla sentimental, dejó explayarse con la fuerza más grande a los bajos eléctricos de su banda. Chapeau!
No sé si alguien más lo notó. El caso es que cada vez que saludaba, agradecida, al público, me miraba a mí. Debo, una vez más, agradecerle su consideración
Frederic Amat se pasó buena parte de la sesión, al margen de moverse juvenilmente al ritmo de alguna canción, haciendo fotos que, seguramente, colgará en las redes sociales. Pero, como es moderno, no lo hará en este FB de nuestras entretelas, sino en Instagram.
Antes de empezar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario