“De mayor quiero ser Victor Hugo, supongo que por lo francés”. Yo, por mi parte, quisiera llegar con la energía que demuestra Lola Salvador (la que dijo, entre otras muchas, esa frase) a los (sus) 84 años.
La Filmoteca dedica un ciclo a Lola Salvador Maldonado, en agradecimiento de la entrega que ha hecho a la entidad de todo su archivo documental, y ayer ofreció una conversación entre su director, Esteve Riambau, la cineasta Rosa Vergés y ella misma, que nos permitió recordar algunas de sus muchas actividades cinematográficas a lo largo del tiempo y bastante sobre su carácter.
La primera historia que forzó Riambau corresponde a su época laboral inicial, en la que trabajaba como ayudante de la responsable de vestuario en una gran producción de Samuel Bronston “El fabuloso mundo del circo” (Henry Hathaway, 1964). Mejor no la explico con los detalles que dio, porque la gracia está, evidentemente, en oírla a ella explicándola con todo lujo de detalles y, como gran narradora, trufándola de notas ambientales y de aromas personales. Confesó que debe ser la historia que más le solicitan que cuente, por lo que tiene de divertido enfrentamiento entre David y Goliat. Baste decir que, chica joven inexperta enviada por un recado a la roulotte de Hathaway (no le regaló ayer sus oídos, dejándolo como déspota y descuidado con todo el mundo), recibió una serie brutal de insultos por parte del director, que estaba jugando a cartas con John Wayne y alguien más, haciéndola regresar por donde había llegado. Pero ella, antes de cerrar la puerta, muy digna, respondió y se fue creciendo, acabando lanzando una frase a su maleducado interlocutor que se debería grabar en letras de molde: “Cuando en mi país una mujer entra en una sala, los hombres se levantan”. Sorprendentemente no la despidieron y, los días sucesivos, John Wayne, cada vez que la veía, se quitaba el sombrero y le hacía una galante reverencia.
Alguna vez explico, para incredulidad de todo el mundo, que en la segunda cadena de TVE había, además del famoso programa de Cine-Club, donde se pudo ver ciclos completos de Renoir, Mizoguchi y tantos otros, otro programa, “Sombras recobradas”, dedicado a la proyección de grandes joyas del cine mudo. Antes de la proyección, una chica a la que veíamos sentada informalmente por el suelo, leía la presentación que había escrito ella misma para la película. Esa chica era Lola Salvador Maldonado, durante un periodo en el que coincidió, en esa magnífica segunda cadena de entonces, con un gran plantel de directores salidos de la EOC. Entre todos dejaron huella y una cierta nostalgia por la televisión que podría ser y no es. Pues bien. Para que se vea la carcundia de la época, la única comunicación que le llegó sobre el programa fue una procedente del Ministerio de Información y Turismo, exigiendo que esa presentadora hiciera el favor, por decoro, de descruzar sus piernas.
La narración del encuentro (provocado por las entrevistas, muy frescas, que hacía para la revista Fotogramas) y actividades con el que señaló ser “el productor de mi vida”, Alfredo Matas, centró otra buena parte de la sesión. Ahí están las películas “El crimen de Cuenca” (en la que intentó dejar claro la bajeza y además inutilidad de las torturas), “Bearn” o “Las bicicletas son para el verano”. En todas ellas Salvador Maldonado (su versión escritora) trabajó en el guión pero, en realidad, en casi todas desarrolló también otros muy variados trabajos, localizando sitios de rodaje, haciendo tareas de producción, etc.
A Lola Salvador le iniciaban ayer un tema y ella se ponía a hablar por los codos de ese tema y de otros colaterales, quizás dando por descontado algo improbable, como que el auditorio tenía un gran conocimiento de la materia y sabía sin esfuerzo alguno de qué hablaba y a quién se refería. Fue divertido notar como ella decía un nombre propio, que denotaba su continuo trato y familiaridad con uno u otro personaje, y Esteve Riambau o Rosa Vergés intentaban completarlo:
-Rafael …. Azcona
-Jaime ….. Chávarri
-Etc.
No pudo contestar a la pregunta de qué guión le habría gustado hacer que no ha hecho finalmente, porque -aclaró- no existe: “nunca he escrito si no me pagaban”.
En las primeras filas de la sala, muy atento, estaba Román Gubern, a quien ella echó un piropo, mientras por las últimas estaba y tomó la palabra Ventura Pons, quien no sorprendió ya a los espectadores que la habían estado oyendo un poco, al decir que “a Lola no te la terminas nunca”.
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