Había visto muchas películas de Patricio Guzmán, pero no “La cordillera de los sueños” (2019), que ha pasado Movistar + en su canal Estrenos.
La voz en off de Guzmán, como en otras, centra el enfoque que parece querer dar a la película, basado en el contraste entre una ciudad de un Santiago de Chile que dice ya no reconocer y una cordillera que ve impasible, como auténtico testigo de la historia reciente de su país, tema central de todo su cine.
Pero si he de escoger algo de toda la película, en la que parece no haber presionado demasiado el pedal de la intensidad, serían las imágenes recogidas por el cameraman Pablo Salas de las duras actuaciones de los militares y la policía durante la dictadura contra un gentío social cada vez más numeroso. Como dice Patricio Guzmán, él fue de los que huyó del país, mientras que Pablo Salas se quedó. Todos los documentales del primero informaban de la situación, pero desde fuera, mientras que Salas rodaba y procuraba mostrar todo lo que podía, pero dentro.
Unas imágenes iniciales de militares llevándose a todos los hombres de un lugar y llevarlos a un campo de fútbol convertido en campo de concentración continua luego mostrando los bastonazos que, de forma repetida, dan las “fuerzas del orden” a una mujer, o una serie de botijos arrojando chorros de agua con violencia inaudita a grupos de gente exhibiendo pancartas de protesta.
Por el final, Patricio Guzmán filma las oficinas, hoy abandonadas, del equipo ministerial financiero de Pinochet. Ocasión para explicar quienes, en su opinión, le hicieron irreconocible el Chile que había conocido. Quizás deparando, de hecho, todo un mundo, no solo un país, desconocido.
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