Ambientada en las Navidades de 1970, ayer salimos del cine diciéndonos que “Los que se quedan” (Alexander Payne, 2023) podría muy bien ser una película de esa época, un cuento de navidad con sus mensajes edificantes y todo, pero que Payne hace para velarlos sutilmente, mediante algún gag.
Un primer intento de tocar la fibra sensible, te dices, aparece en una escena en que se ve desde otra habitación a la cocinera negra mirando, doblemente solitaria, un adocenado concurso televisivo, pues una musiquilla muy asociada a estos temibles momentos la acompaña. Pero resulta que, negando que estamos ante algo así, descubrimos que lo que se oye es precisamente la música del concurso…
Pero no todo en la película, ni mucho menos, es música diegética. Para demostrarlo está a continuación un Jingle Bells instrumental modernizado, marcando el ambiente navideño, y toda una retahíla de (buena) música que inunda el film y nos lleva directamente a la banda sonora de esos años.
Posiblemente, el momento de cambio de la mirada adquirida por el espectador ante este tiránico profesor que se ve obligado a vigilar durante las vacaciones a una serie de alumnos díscolos se da cuando aparece, en lo que va directo a ser una pelea de bar, un primer plano del garfio que sustituye una mano de uno de los contendientes, y al apreciar el comportamiento que eso provoca en el personaje. Una invitación clara a ver las cosas desde otro punto de vista.
El enorme colegio escenario principal de la pieza recuerda en algún momento, aislado en medio de la nieve, al hotel de “El resplandor”. Pero si en esta última un aura intemporal, basada en los demonios personales, lo atravesaba todo, en “The holdovers” todo se encuentra perfectamente datado: es el momento en el que la sociedad norteamericana se enfanga hasta reventar en el pozo de la guerra del Vietnam.
Recuerdo, hace ya bastante, haber empezado el año yendo al cine a ver “Nebraska” (Alexander Payne, 2013) y salir, satisfecho, como eso si fuese un buen augurio. A ver cuanto me dura esa sensación en 2024.
En la imagen, Paul Giamatti, sin el que no se concebiría la película, en el despacho de su personaje en el film.
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