Viendo ahora “La Commare secca” (Bernardo Bertolucci, 1962) puedes corroborar fácilmente la sensación que alcanzaba a los que la vieron en su momento, de estar a caballo entre dos formas de ver, sentir y hacer cine.
Con sus ladronzuelos, alucinado recluta y demás gente joven inmersa en la más grande miseria paseando por descampados junto al lecho de un inmundo río, yendo por zonas asalvajadas o con fondo de viviendas en construcción, te recuerda forzosamente por momentos a “Accatonne” (1961), como esa terraza de baile ribereña te lleva a “Mamma Roma” (1962), pues la impronta de Pasolini es aquí enorme, firmando como responsable del argumento y co-guionista junto a Sergio Citti y el mismo Bertolucci.
Desde su inicio pesco la intención de hacer poesía a partir de elementos de lo más basto, la cámara ligera, dejada ir a su aire, casi siempre en exteriores y un cambio estético brutal en los pocos interiores. De aspecto entrecortada, pasamos de los recorridos de unos a los de otros, todos ellos, figura, objetivo de la investigación llevada a cabo por la policía para esclarecer quién puede ser responsable de la muerte de esa prostituta cuyo cuerpo se ha encontrado junto al puente.
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