Marina Vinyes (Filmoteca), Jordi Amat, Teresa Muñoz y Xavier Juncosa, atentos a una pregunta -o, mejor, una declaración- de alguien de entre el público de la Sala Laia, durante el coloquio.
A Xavier Juncosa en ciertos estamentos culturales del país le deberían hacer un monumento, y me temo que de éste no está ideado por el momento ni su proyecto.
Ayer estrenó en la Filmoteca su película me parece que dijo número 113, “El jove Castellet. Formació d’un intel·lectual equidistant (1926-1959)”, y con ella puede decirse que ha completado la más impresionante biografía viva -a base de entrevistas a sus coetáneos- sobre la más potente generación literaria catalana de la postguerra, la que se vino a conocer como la Escuela de Barcelona. Este largometraje -del que ya sólo la nómina de los que salen en él entrevistados justificaría lo que digo del monumento- viene a sumarse a anteriores suyos dedicados a Jaume Ferran, Alfons Costafreda o Manuel Sacristán, éste último nada menos que de trece horas de duración. No están todos, pero es porque Juncosa señala que no sabría nunca hacer un documental sobre un triunfador, que lo suyo son los perdedores.
Por esta misma razón -señaló en la presentación-, respondió que no inicialmente a la petición que le hizo Isabel Castellet (amiga suya de juventud) en 2017 de hacer un documental sobre su tío. Que lo que sí haría es constituir un buen fondo oral entrevistando a mucha gente ya de edad avanzada, preguntándoles sobre su relación con él. A partir de entonces empezó a grabar las entrevistas que sobre el tema prepararon Isabel Castellet con Teresa Muñoz (biógrafa del escritor) a gente como Oriol Bohigas, Alberto Oliart o Xavier Folch, que fallecieron poco después, hasta que la pandemia acabó con todo.
Acabado el confinamiento, se reunió con Isabel Castellet (poco antes de que ésta tuviera un cáncer fulminante que acabó con su vida), diciéndole que sí haría el documental, pero centrado en la primera etapa de su vida, hasta el año 1959, en el que, de alguna forma, “nace” y triunfa el Castellet que todos conocemos. Hizo entonces nuevas entrevistas, sólo centradas en los años de juventud del biografiado, y se puso a montar la película que se presentó ayer.
Una cosa que me gustó fue ver cómo Xavier Juncosa había hecho de la película algo profundamente personal. Esto se detecta ya a las primeras de cambio, puesto que el primer escenario (y luego veremos que el último, envolviendo toda la película) es el del Sanatorio del Puig d’Olena. Es verdad que ahí fue a tratar su tuberculosis Castellet, pero también es verdad que está en la comarca del Moianés, que tanta relación guarda con el realizador.
Poco después, además, vemos una imagen bien peculiar: Josep María Castellet adulto suelta un discurso desde un púlpito con motivo de la Festa de l’arbre, desde el que habla… de su relación como veraneante con Moià, viéndose alguna imagen de esa época.
Personalmente, a mí, aunque había leído los libros de memorias de Castellet y de los de su generación, y surgen en él testimonios que conocía por gente como Ricard Salvat o Joaquín Jordá, que yo había conocido y entrevistado con Marti Rom para la Associació d’Enginyers, el documental me ha desvelado bastantes cosas:
Una primera sería esa dilema del joven Castellet, habiendo de escoger entre la vida asegurada de os algodones y las corbatas a los que le quería dedicar su padre y ese otro panorama que se preveía mucho más liberal y dado a lo artístico que suponía la familia mexicana de su madre, que fue finalmente por la que se decantó.
Una segunda confirma la importancia decisiva que tiene algo tan azaroso como la localización de la vivienda. Castellet fue hombre de por Passeig de Sant Joan /Rosselló o Córsega, y eso fue determinante para fomentar la amistad con una serie de compañeros de colegio, que luego estarían también con él en la Facultad de Derecho. El mismo Sacristán, por cierto, se dice en el documental que vivía también por ahí.
Otra tercera sería que yo sabía de la actividad en los años 40 del Cine Club Universitario, del SEU, con García Seguí como alma mater, por Romà Gubern, pero desconocía que Josep María Castellet había sido uno de sus miembros, muy activo, y hasta presidente del mismo. Escribió un artículo muy laudatorio sobre el Fritz Lang alemán, se ve en la película.
Una cuarta, el papel como cohesionador de grupo que tuvo el Bar Club -de “putas finas”, según dice en el documental un entrevistado- de Rosselló 230.
Una quinta, sobre motivos de la ruptura entre Manuel Sacristán y Josep María Castellet, que hasta entonces -como recuerda Xavier Folch- se consideraban entre sí sus mejores amigos: parece que las pocas simpatías de las mujeres respectivas cuando uno y otro se casaron tuvo bastante de parte en ello…
Y una sexta compete a todo el asunto final sobre si la COMES, para la que habían puesto de enlace a Castellet, estaba pagada por la CIA.
A la salida, todo el mundo coincidía en señalar el protagonismo que alcanza en la película un personaje secundario, pero que se convierte en fundamental, hasta el punto que el mismo Xavier Juncosa explicó que tras la entrevista vio que ya tenía la película. Estoy hablando de María Arnal, quien luciendo a sus noventa años un enorme reloj de muñeca de plástico de color rojo, explica con una sinceridad y una gracia increíble como era el sanatorio antituberculoso por dentro y como fue el idilio platónico ahí entre ella y Castellet. Parece ser que le avanzaron que Castellet presentaba dos peligros: era existencialista y no quería tener hijos.
En el coloquio final, Teresa Muñoz incitó a los espectadores a pasarse por el Fondo Castellet, donde se pueden ver (a parte de casi todas las fotografías de juventud utilizadas por Juncosa en la película) todas las entrevistas íntegras que hicieron.
Y, por su parte, Jordi Amat acabó definiendo al Castellet que conoció como un gran “partidario de la felicidad”, al tiempo que alabó la foto que aparece en el documental en la que se ve, en el Colliure de 1959 en el que se celebró el homenaje a Antonio Machado, a poetas del interior (Barral, Goytisolo, Gil de Biedma,…) y algun pobre, ya anciano, del exterior. Fue entonces cuando Xavier Juncosa recalcó que, especialmente a los dos viejos de la derecha, se les veía que iban con un abrigo prestado para la ocasión, pues debían estar sin un céntimo. Contrastes.
Son tan escasas las fotografías del Castellet joven por la red (ésta de 1959, de él y su mujer, Isabel Mirete, en Colliure) e inexistentes las huellas de éste y tantos documentales de Xavier Juncosa por internet, que me veo obligado a colgar ésta, con sus marcas.
Antes de la proyección.
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