Enfocada en primer plano sobre el fondo desenfocado de la piazza, la aparición de Fedora (Claudia Cardinale) tiene algo de limpio… y de sobrenatural.
De “I delfini”, la película de Francesco Maselli de 1960, con guión de Alberto Moravia, que aquí tuvieron en algún momento la ocurrencia de llamarla “Juventud corrompida”, me quedo, una vez más, sólo con su inicio:
Un narrador (lo vemos, y lo interpreta Gerard Blain, que por entonces ya había hecho Le beau Serge) habla de la fastidiosa vida cansina de los vacíos ricachones del pueblo, todos concentrados en la piazza de una ciudad de provincias italiana (por algún lado he leído que se trata de Ascoli Piceno: una razón suplementaria para seguir pensando en el viaje a la región de Le Marche) y nos presenta en contraste, “antes de que pase a ser uno de los nuestros”, dice, al personaje, Fedora, que interpreta Claudia Cardinale.
Ella, en primer plano con fondo de los soportales de la piazza, se dirige, cansada, a su modesta casa, donde se viste de estar por casa y descubre que allí está también, forzando la vista para cosiendo tirar adelante, su madre. Una escena esta última que liga con toda la fuerza del neorrealismo… al que se le ha sumado la fuerza visual de la Claudia Cardinale de 1960.
Luego, discusiones y juegos osados que ya pueden imaginarse, repetitivos, para hablar del nulo remedio de toda una clase social que, sin embargo, siempre se sale con la suya.
El café de la piazza, donde todos -propietarios de los cochecitos de delante- se conocen.
Fedora repartiendo cartas entre la jauría.
Y pasando a formar parte de ella.
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