Estoy como un niño (de los de antes, que no tenían todos sus deseos satisfechos) con juguete nuevo. La APP de TV5Monde me ha acercado a una larga relación de cine de expresión francesa (con magníficos subtítulos) que no suele ser visible por estos lares.
Así, anoche vi (obsesiones personales) un Chabrol que ya tenía claro era de lo menos exitoso de toda su larga filmografía: aunque parecía que por el final iba adquiriendo un cierto grado de la seriedad de la que huye desde el primer momento, instalada en la caricatura y esperpento, una vez vista “Folies bourgeoises”, de 1976, confirmo que es uno de sus más indigestos largometrajes. Pero ahora he tenido la inmensa suerte de pasarme otro de sus títulos que aún no había visto.
“La rupture” (1970) es el largometraje -poca broma- que Chabrol realizó, bajo la producción de André Genovés, entre “Le boucheur” (1969) y “Juste avant la nuit”, en medio, pues, de su más celebrado periodo de creación. Protagonizado -y con ella llevando todo el peso de la función- por Stephane Audran, con papeles entre otros para un Michel Bouquet en plan rico y poderoso hombre de negocios de lo más risible (acentuado por su peluquín) pero perfectamente plausible, y por Jean-Pierre Cassel. Para que el aire de troupe Chabrol sea notorio, aparece también Zardi -como vendedor de globos multicolores en un parque- y el mismo Chabrol en un cameo en un tranvía.
La película tiene, diría, el inicio más brutal de todas las películas de Chabrol, lo que no es poco: Stéphane Audran (Hélène en la ficción, una vez más -y van tropecientos- en los films del que fue su marido) reacciona atacándolo al ataque de su drogado marido, quien, después de intentar estrangularla, ha aupado a su hijo y lo ha lanzado contra un mueble, descalabrándolo.
El resto de la película seguirá el proceso iniciado por ella para divorciarse -una de las rupturas del título del film- sin ceder a las exigencias de sus suegros. Pero los manejos de éstos alcanzan muchos niveles.
Todo el film, hay que advertirlo, está caracterizado por el exceso, pero no se trata del esperpento que consume en su totalidad a algún otro (como “Folies bourgeoises”) o salpica siempre alguna escena de sus otros films (aquí con el grandilocuente autor clásico muerto de hambre o las tres pensionistas jugadoras de cartas), sino el exceso en la mirada de Chabrol sobre los abusos de los poderosos, aquí representados por ese matrimonio de la alta burguesía, que se revela además como formado por padres castradores, a los que lanza unos potentes dardos llenos de rabia.
He ido a mirar en qué ciudad estaba filmada la película, con esos tranvías, en uno de los cuales tiene lugar una larga escena en la que Hélène explica toda su historia, que la ha llevado de modesta modelo desnuda o bailarina de cabaret a nuera de ese poderoso matrimonio que la detesta. Se trata de Bruselas, donde el tranvía tiene un largo recorrido por la parte más elegante de la ciudad, pasando por grandes parques, lo que permite a Chabrol combinar la narración de la vida de Helena con la visión de esas vías que parecen marcar su destino.
Y he leído, al respecto, que Chabrol escogió Bruselas precisamente para poder rodar esa escena del tranvía, obsesionado como estaba nada menos que con el “Amanecer” de Murnau.
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