Carolina Cappa, mostrando unas bobinas de película con el síndrome del vinagre. Con los medios que tienen en Latinoamérica, imposible pasar de la fase de salvación que facilita la digitalización. Imposible luego llegar a una nueva impresión en celuloide del fichero ya limpio y recuperado.
Esta mañana he asistido a otra sesión del Encuentro sobre archivos cinematográficos del Xcèntric.
Ha intervenido primero Carolina Cappa (la autora de “Nitrato argentino”: también colabora en la Zine Escola Elías Querejeta), quien ha hablado de “Cines pequeños y preservación desigual” (atribuyendo lo de pequeño a formatos, duración y distribución), luego Sonia García López (Universidad Carlos III de Madrid”), con una divertida charla que ha titulado “Conversaciones con Mnemósine, el arconte y Dracón: aventuras y desventuras de una investigadora en el archivo” y, por último, se ha montado una mesa redonda de las dos con Enrique Fibla (quien está preparando una exposición en la Filmoteca, que celebrará en este 2024 un aniversario del cine amateur), en la que también ha habido participación apasionada de artistas, investigadoras, programadoras y archiveras de entre el público (hablo en femenino porque todas eran mujeres y, la mayoría, de las que utilizan el femenino como genérico, como también habían hecho previamente las ponentes), a las que se les notaba una gran emoción por encontrarse con gente de sitios muy diversos con sus mismos problemas y comprensión ante sus penurias.
Un poco más despacio:
“Nitrato Argentino” es el resultado (libro, audiovisual,…) del trabajo de Carolina Cappa recuperando viejas y desconocidas películas de nitrato de plata del Museo del Cine de Buenos Aires, que ha tenido una difusión y repercusión -sobre todo por Latinoamérica, como recalcó una asistente-, brutal.
En su intervención ha intentado dar voz a gente que trabaja de una u otra forma con los archivos cinematográficos, pero sin el respaldo de las grandes instituciones (aunque, por lo que hemos podido ver en otros momentos, tampoco es que estas lo tengan todo tan holgado). En ese ámbito se encuentran continentes enteros pero, aún en Europa, dado el preocupante nivel que va alcanzando la precariedad laboral, la ausencia de formación a precios asequibles y en general las pobrísimas condiciones económicas, pues se nota que el ámbito afectado va extendiéndose como mancha de aceite.
En su discurso ha vuelto a incidir en lo que ya planteó Giovanna Fossati ayer, esto es: que se preserva fundamentalmente el canon, el cine como arte, quedando fuera grandes conjuntos como el cine publicitario, el educativo, todo lo que los americanos llaman “non-theatrical cinema”, expresión -ha dicho- sin traducción, y polémica ésta del nombre a aplicar a todo este cine de fuera de la corriente principal que, además de que ahora pienso que tendrían que cambiar, por cuanto ya bien poca cosa pasa por salas de cine, me produce un rejuvenecimiento enorme, recuperando la memoria todas esas denominaciones que surgieron para hablar del cine ajeno al tradicional circuito comercial, ya sea de forma genérica (independiente, marginal, alternativo,…) como parcial (militante, de paso estrecho, industrial, etc).
Ha hecho un paralelismo con una idea de Rem Koolhaas sobre el proceso de patrimonización de la ciudad que me ha hecho pensar: cuando le llamaron a definir qué se podría preservar -al estilo de lo que se hace en Occidente con los centros históricos de las ciudades- en una ciudad china, planteó una forma revolucionaria -y seguramente inviable- de hacerlo, que consistiría en preservar no el centro, sino los espacios alternativos -éste sí, éste no-, de la cuadrícula marcada y distribuida regularmente por toda la superficie de la ciudad. Si eso fuera factible seguramente se intuirían muchas cosas, como vías de comunicación y demás. Y si eso se aplicase a todo lo rodado con cualquier finalidad, los archivos tendrían al cine de las revistas de cine en minoría.
Por último se ha centrado en hablar de unas cuantas recuperaciones de cintas gallegas en la Zine Eskola, como las del pintor Eugenio Granell (por los fragmentos que vimos, alguna de ellas podría entrar a formar parte de los mejores ejemplos de cine de vanguardia de su tiempo) o una de José Ernesto Díaz Noriega, variación de otra que hizo sobre el desfile de la victoria de las tropas nacionales, que recuerda a una divertidísima y famosa -pese a que no recuerdo ni su título ni autor- cinta de vanguardia norteamericana hecha a partir de los desfiles nazis de los films de Leni Riefensthal y el cortometraje cubano “El negro” (Eduardo Manet, 1960), posiblemente en su día apartado por censura política. Por su soporte o medios de conservación todas ellas planteaban unas dificultades de recuperación muy alejadas de las de la enésima restauración de “Metrópolis”, por ejemplo.
Por su parte, Sonia García López ha explicado muy bien su papel de detective de archivo, expresando muy bien la emoción que le causó descubrir ciertas imágenes y cosas en la soledad y alejamiento de un archivo norteamericano y ha hablado de los sinsabores con los que se encontró en su investigación sobre las prácticas de mujeres de la extinta Escuela Oficial de Cinematografía.
Su intervención ha servido, sobre todo, para caldear los ánimos del coloquio posterior, tras oírla hablar de la burocratización con la que se había de ver un investigador como ella y, sobre todo, después del sinsentido de la puesta en marcha en 2017 de la Ley de protección de datos.
La ley marca que para ver las películas custodiadas por los archivos debe lograrse antes la autorización de los propietarios y, si éstos no se encuentran, establecer una “búsqueda diligente”, que ha explicado y deja chiquitos los problemas del Joseph K de “El proceso”.
Si las películas son “anónimas” la cosa aún se complica más, por cuanto si no se encuentran a los propietarios, caben dos posibilidades: o dejar de hacer la investigación o declararlas “anónimas”, con lo que la ley marca que se habrá de esperar 25 años para poder trabajar con ellas.
En el coloquio, Mariona Bruzzo, del Centre de Conservació i Restauració de la Filmoteca, nos ha explicado que la ley, que desde entornos como el suyo se fomentó, ha resultado en realidad un arma que les ata de pies y manos. En Estados Unidos, como ha señalado Sonia García López, existe un código de buenas prácticas por el que los investigadores -o artistas- que tengan que trabajar con archivos, pueden firmar unos documentos, cartas de responsabilidad, de no hacer con ellos determinado uso, y ya está. Parece ser que la ley europea iba a ir por ahí, pero finalmente, con casi total seguridad por la incorporación en su desarrollo de una serie de empresas que querían preservar su negocio, olvidó por el camino esa carta de responsabilidad.
A ver si la relación cómplice lograda durante el seminario consigue que los “huérfanos del cine”, como oí que se han llegado a autodenominar en algún momento, logren poner un algo de sentido común y un poco menos de preservación del negocio acaparador a la legislación.
Sonia Garcia López ante una práctica de alumna de dirección de la EOC.
Uno de los sitios donde acudir durante la “búsqueda diligente”. Oí por ahí el nombre multipresente, Cerezo…
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