martes, 30 de enero de 2024

Abismos de pasión


Versión enloquecida de “Cumbres borrascosas”, dice Filmin -y dice bien lo de enloquecida- de “Abismos de pasión” (Luis Buñuel, 1953).
Buscando unos celebrados raccords, con los que no he topado hasta cuando ya desesperaba, he vuelto a verla entera porque, de hecho, apenas si recordaba (muy tergiversada) su escena final, bajo las notas (no ejecutadas tan fuerte como pensaba) del “Tristán e Isolda” y los (realmente inexistentes) golpes de viento huracanado, dejando más que clara la devoción de Buñuel, declarándose una vez más profundo surrealista, por la pasión amorosa mas poderosa que la muerte.
Seguro que no está entre las mejores películas suyas, no por usar esas maquetas y efectos especiales dignos de un pesebre navideño, que cada uno llega hasta donde el presupuesto y medios le llevan, sino por cómo hace avanzar toda su primera parte explicando los antecedentes y el desarrollo de la historia mediante unos más que sobrantes, muy detallados y artificiales diálogos, parecería que incapaz de darles recorrido visualmente.
Pero, en cambio, sí puede contarse entre una de las que atesoran más detalles sobre los gustos del cineasta. Ahí están el uso de bichos (esas mariposas ensartadas con una aguja para colocarlas en un panel * o esa araña que sale a recibir como presa a la mosca que le sirven en bandeja), el uso como intérpretes de antiguos y queridos republicanos españoles exiliados (entre el habitual acento mexicano se escapa de tanto en tanto el recio español, además del de Jorge Mistral, del bueno de Francisco Reiguera, en un papel muy curioso de criado lector de pasajes bien rebuscados y jocosos de la Biblia, atemorizado por su cruel amo, pero al que involuntariamente se ve que se le pegan sus modos), por no volver a hablar de esa estima básica surrealista que ya he mencionado.
Quizás la película acaba funcionando -al menos para mí- por acumulación. Es difícil resistirse a esos personajes de características melodramáticas tan acentuadas, a ese matrimonio en el que desde un primer momento se ve que él es el elemento débil (recluido con su colección de mariposas y demás bichitos, buscando refugio entre las sábanas totalmente desconsolado), mientras que ella es el fuerte y determinado, a esas escenas de tremendismo mexicano como la que contiene esta altisonante declaración:
-Quiero a Alejandro más que a la salvación de mi alma
… rápidamente seguida por el gesto de la criada que ha oído el exabrupto santiguándose.
Nota */ Cuando su hermana le recrimina que le clave viva la aguja a la mariposa, porque así “sufre mucho”, Eduardo le contesta: “Precisamente así no sufren: es la forma de conservarlas sin daño”.




 

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