Entre brumas acaba “Tras os montes” (Antonio Reis y Margarida Cordeiro, 1975) ayer en el Xcèntric y entre brumas guardaba yo la fascinación que me había producido la contemplación de la película en una sesión de la Filmoteca de la calle Mercaders en 1978, confirmando la existencia de un cine portugués abierto a otros caminos… que han acabado por frecuentarse.
Su primer plano presenta una panorámica de todo un extenso territorio (la región portuguesa que da nombre a la película, la más pobre de todo el país, anclada entonces y quizás ahora en un pasado que se deshace y no se renueva) mientras en la banda sonora se oyen los ruidos que luego vemos emite un rapaz para dirigir su rebaño. La textura que ofrecían las cámaras de 16mm y el aviso de que el sonido iba a tener un papel primordial, todo en uno. A continuación, un plano de unas rocas muestran unas pinturas rupestres: la historia del lugar se pierde en la noche de los tiempos, en una película en la que los tiempos son bien especiales, alternando, en total continuidad, verano e invierno, pasado y presente.
Leyendas contadas alrededor del fuego recibidas como los ojos y oídos bien abiertos por los niños, el descubrimiento de los objetos de una casa largo tiempo cerrada,… todo conduce a poblar de mundos que combinan aspereza y hechizo.
En 1978 Martí Rom y yo llevábamos la sección de “Filmoteca” en una revista de cine que se publicaba por aquellos años, Cinema 2002, siempre buscando dar con todo aquel cine que, por motivos políticos, formales o de cualquier tipo, se escapaba de los circuitos comerciales. Personalmente este “Tras os montes” me deslumbró. El otro día di con el escrito que hice para la publicación y, supongo que teniendo aún muy fresca esa rara avis que también fue “El espíritu de la colmena”, comentaba en él ciertas concomitancias que había visto entre las dos. Pensé que eran recursos de quien dispone de poco para comparar, pero vista ayer de nuevo no encuentro del todo errada la relación. Ahí está ese tren como único nexo de comunicación con el exterior de ese mundo cerrado, ahí están los ausentes, ahí está ese plano de escritura junto a la ventana, ahí está ese mensajero que, como el pregonero de la película de Érice, se anuncia con su turuta.
Exploración a fondo de esa zona y con ella de sus gentes y su penosa situación, la vi con sorpresa debido a la parsimonia de sus secuencias, a la que no estaba acostumbrado. Ahora, pasado el tiempo, sobre todo en su primera parte, hasta me he sorprendido de la velocidad a la que se suceden los acontecimientos, del dinamismo de sus cambios de plano y de ciertas escenas que recuerdan en cierto modo el cine mudo.
De recordar, recordaba únicamente dos secuencias, aunque las mezclaba en la memoria. Una, esa referencia a Alemania y España, allá al otro lado de las montañas. Otra, la imagen que cuelgo, de esa niña despidiendo a su padre, la sombra alargada de última hora de la tarde. Ya entonces veía muy justificada la prolongación del plano en el tiempo. Ahora hasta casi me ha resultado fugaz.
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