Amos Gitai, presentado por Esteve Riambau.
La que debe representar ser su madre a punto de sentir los primeros avisos del parto. Lo que no me quedo muy claro es qué representaban las imágenes que se intercalaban, de unos niños y un viento con una carreta. Podrían ser imágenes del futuro niño, pero parecían escenas paralelas.
Uno de los dos paneles que forma a través de documentación sobre su padre a la que llegó gracias al “pasaporte” que -comentó- le suministra su cámara.
Un esfuerzo formal evidente en sus encuadres.
La sala central de la Bauhaus de Dessau.
“Suelo construir mis films alrededor de un gran agujero, de una ausencia”. Así explicó Amos Gitai ayer en la Filmoteca ciertas cosas de su “Lullaby to my father” (2011).
Es esa una película difícil, que mezcla documentación varia (depositada muy suavemente y dejada ir en seguida, como si se tratase de una ligera pluma llevada por el viento), alguna ficción teatral bastante grotesca o cinematográfica sobre la vida de su padre, lecturas de textos efectuadas por grandes actrices y, sobre todo, una concentrada y muy aclaratoria explicación y defensa, en voces e imágenes, sobre lo que se proponía y fue la Bauhaus.
Canción de cuna entonada para su padre muchos años después de su fallecimiento. Munio Gitai Weinraub fue uno de los arquitectos que más hizo por la arquitectura moderna en Israel, a donde fue en 1938, antes pues que se formara el mismo Estado Israelí. Pero, curiosamente, tras unas algo confusas alegorías de su nacimiento y varias secuencias sobre su contacto con la Bauhaus y persecución por los nazis, la película se acaba sin que su hijo Amos entre a fondo en su trabajo -en los Kibutz y después- en Israel. Uno de los agujeros de los que habló, muy diferente de la propia ausencia de su padre.
Si la película no acabó de convencerme en varios de sus momentos, el coloquio posterior me pareció de gran interés.
Amos Gitai, semblante serio, rostro impenetrable, es además de cineasta y escritor, arquitecto. Inició la sesión señalando que la mejor presentación para la misma habían sido sus visitas a la exposición “Gaudí” del MNAC y al pabellón de Mies van der Rohe, con el que tuvo relación -descubrió documentos durante la preparación de la película que lo confirmaban- su padre.
Sus opiniones sobre la arquitectura tras la Bauhaus y la actual fueron contundentes. Un par de ejemplos:
-“Se siguen haciendo casas con cajas rectangulares, pero con la diferencia de que para ganar más, no pensadas para vivir en ellas”.
-“Los famosos arquitectos actuales solo miran la forma y no su utilidad. En 1920 hubo en Alemania un encuentro en el que todos los grandes arquitectos del momento (Le Corbusier, Mies van del Rohe,…) trataron únicamente de ver cómo construir viviendas de 70 metros cuadrados. Hoy eso sería imposible”.
Hizo más declaraciones de interés. A una pregunta de una espectadora de origen alemán, que le preguntó cómo sentía su padre, después de la persecución sufrida, sus raíces alemanas, explicó que los nazis no sólo habían construido el mecanismo más atroz para la liquidación masiva de personas, sino también la enorme cultura alemana previa a su llegada.
A la pregunta sobre cómo hace sus films, contestó que lleva a cabo las fases tradicionales: investigación (para conocer bien el contexto), escritura del guión, rodaje y montaje, pero que en cada una de esas fases no se sentía obligado a respetar por completo lo efectuado en la fase anterior. Ligado con esto entró en un panegírico sobre la libertad de actuación, contra la ejecución fiel, con reproducción casi automática, de las cosas, señalando que eso de ejecutar fielmente, en arquitectura una ejecución por ordenador, es lo que hace que hoy en día sea imposible el espíritu Bauhaus.
Por el final emitió una frase que me retrotrajo a los años de mi juventud, con sus polémicas: No se pueden hacer films progresistas con formas reaccionarias.
Un testimonio sobre Numio Weinroub dado por el hijo de un colega suyo en la Bauhaus.
La grotesca representación de un juicio bufo que los nazis montaron a su padre.
Intervenciones al violín. Hay dos o tres en el film.
Jean Moreau leyendo una carta de la madre de Amos Gitai.
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