El suizo que vive a la orilla del lago Leman es Jean-Luc Godard y, sin embargo, todos dirían que quien se conocía de maravillas ese entorno era Claude Chabrol. Por razones de biografía personal conozco un poco esa zona y a sus habitantes, que son otra cosa que los grandes burgueses de la provincia francesa que pueblan muchas de sus películas, pero desde luego mantienen con ellos ciertos trazos comunes.
A la primera de cambio, los afortunados personajes de “Merci pour le chocolat” (2000; en Filmin) dan esa impresión de estar a gusto con su situación, se desenvuelven por la región con una soltura inusitada, dando varias de las claves de esa sociedad.
Para confirmarlo, ahí están ese afán de mostrar gran aprecio a la cultura -el arte, la música- que se puede comprobar en el film y ese diálogo de oro que pronuncia la heredera de la fábrica de chocolates, interpretada por Isabelle Huppert:
-Hay que mantener las apariencias, que es lo importante.
El film queda marcado por una Isabel Huppert en un papel de lo más inquietante, que parece manejarse bien con los somníferos. También, por los paisajes de viñedos que -dicen los locales- dan un vino envidiable porque reciben una doble ración de sol (cuando aparece…): la correspondiente a sus rayos que inciden directamente y la de los que lo hacen tras reflejarse en las aguas del lago. Y, desde luego, por las confortables casas desde las que se pueden divisar.
Hay en él mucho ensayo de música de piano (quizás hasta demasiada) y un par de temas que pueden rastrearse por todo Chabrol: la marca profunda que producen los orígenes y sus herencias y la sui géneris consideración personal del mal… y del bien.
En cuanto a la picardía de Chabrol, decir que me ha hecho gracia ver la burla atroz que deja ver, en lo que dice ser una entrevista subvencionada aparecida por la tele, sobre un yogur que produce una empresa de la zona.
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