Pues la imagen del cartel de “¿Qué vemos cuando miramos al cielo?” (Alexandre Koberidze, 2021; Zumzeig Bistró) no engañaba , y la película realmente se constituye en algo sorprendente, sin parangón en el cine que se puede ver últimamente.
Aún sin ofrecer la estilización increíble de su cortometraje previo, “Colophon” (2015), tras una escena inicial en el patio de una escuela que parece conducirnos hacia una suerte de naturalismo, aparece la preciosa imagen del cartel (pies de ella y de él, un libro entre ambos) y a continuación siguen cantidad de escenas con primeros planos, imágenes recortadas enfocando espacios que suelen ser secundarios y, cuando por fin surge un plano general, de tan extendido nos muestra un gran área de la ciudad por la noche, mientras que las luces de uno u otro punto nos invitan a historias dirías que parciales.
Luego un narrador organiza el relato, explicándonos un cuento como de hadas que articula todo el metraje. De tanto en tanto, un cartel, juguetón, nos lanza un aviso.
Más tarde, esta historia sobre el azar y el mal fario, salvo en determinados momentos, se monta a partir de planos generales, centrados en cuerpos enteros, y abandona ese inicial jugar con los márgenes de la pantalla o incluso con lo que está fuera de ella. Surgen, eso sí, encuadres muy estudiados con varios espacios (ventanas o balcones), con escaleras que muestran y ocultan a los personajes, etc.
Una de las cosas que más me ha maravillado del film es cómo sabe ir colocando espacios en la mente del espectador (el caudaloso río, el puente blanco, el puente rojo, el parque, la escuela, el campo de deportes, el cruce de avenidas, la presa,…) hasta que cada uno de nosotros ya sabemos estructurar en ella la ciudad entera. O, al menos, sus puntos esenciales para la ficción.
Es una coproducción germano-georgiana. Si en la preguerra los alemanes habían hecho “Berlín, sinfonía de una ciudad”, en la que la ciudad se entendía como un organismo vivo, pero con un funcionamiento cercano al de un complejo industrial, este georgiano también nos ofrece una sinfonía de una ciudad -en este caso Kutaisi-, pero mostrando varios días en vez de uno y centrada esta vez totalmente en las personas, ligadas por elementos del azar, complicidades, cosas así.
¡Ah! Y con el fútbol como elemento integrador. Incluso con los perros.
Como dije al principio: una sorpresa, y un nombre de cineasta a anotarse para ver qué nos depara en el futuro.
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