La primera escena ya sitúa perfectamente la situación. Una familia -unos padres clase media con apuros y su hija- van en coche por la autopista. En una gasolinera la madre viste y maquilla a su hija, algo indispuesta, mientras el padre limpia los cristales del coche, para luego ponerse una camisa, corbata y chaqueta sobre la camiseta imperio con la que iba. Por fin ponen en marcha el coche, se dirigen y llegan a la gran ciudad, a donde les llamaba una actividad que un cierto suspense mantiene incógnita un tiempo.
En Mubi han formado un apartado con los primeros largometrajes de unos cuantos realizadores y ayer colgaron “La chica más feliz del mundo” (2009), el primer largo de Radu Jude, considerado por varios cineastas rumanos el actualmente de más interés de su país.
La actividad que ha conducido a la familia a Bucarest lleva a entrar en eso del cine dentro del cine, pudiéndose deducir:
-Que no todo en el cine es glamour, y menos en los rodajes.
-Que en los rodajes coexisten gentes de diferentes clases y surgen bonitos conflictos
-Que la familia es… la molécula básica de nuestra forma social. ¡Qué vamos a decir de la familia!
Con esta “La chica más feliz del mundo” pasa lo que con otras cuantas de las buenas películas rumanas que nos han llegado: te enteras de su argumento y escenarios y te dices que de eso no puede resultar ninguna maravilla. Pero empiezas a verla, vas siguiendo y entrando en sus situaciones, te ríes con alguna de ellas y acabas admirándote de cómo saben dibujar un estado de las cosas que, por muy centrado que esté en un pequeño grupo, te hace sospechar que está expandido a toda una sociedad, a todo un país.
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