Cuando vi por vez primera “Le cheval d’orgueil” (1980), una de las películas de Claude Chabrol que se apartan de sus habituales historias para adentrarse en un retrato casi etnográfico de la Bretaña de principios del siglo XX, me quedé con la convicción de que esas eran sus raíces familiares.
Ahora, sacado del error, me sigo preguntando qué fue lo que condujo a Chabrol a salirse de sus terrenos y proponer -porque partió de él la iniciativa- rodar esa novela sobre recuerdos bretones de infancia, que se ve había tenido un éxito enorme en Francia.
Obtuvo un sonoro fracaso crítico. Se reían del demasiado impecable vestuario y lo limpios que salían los campesinos bretones en ellas (algo hay de ello) o de la cantidad de cofias que lucían (pero hasta yo llegue a ver, y a finales de los 70, a las mujeres ataviadas con ellas…), pero sobre todo le acusaron de haber hecho hablar a sus actores en francés y no en bretón. No funcionó muy bien por la región parisina, pero curiosamente arrasó en Bretaña.
A mí, ahora, me ha hecho pensar, en ciertos momentos, si no estaría viendo una película de Pialat.
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