Tras hablar de “La caza”, que acaba de hacer, y de la que dice que “salió bastante bien, a mí me gusta, un poco alemana y con muy poco humor, pero lo suficiente para que a mis amigos les guste y al gobierno fastidie. Y, además, parece que se va a vender...”, Carlos Saura le escribe en su carta de enero de 1966 a Luis Buñuel que habría querido dedicársela, pero que lo hará con la próxima, “Peppermint frappé”.
De esta última, aún en proyecto, le escribe lo siguiente:
“El único nexo que hay contigo en este film es que, en un par de momentos, saldrá una chica -algo así como tu sobrina- tocando el tambor, en un par de alucinaciones. Por lo demás, y a distancia, que lo cortés no quita lo valiente, procuro seguir la línea de discípulo aventajado del señor Buñuel como sambenito que me han colgado y del que, la verdad, ya me empiezo a cansar”.
Y es que entonces no había crítica que no hablase de la influencia transmitida por el aragonés de mayor edad al aragonés más joven. El contacto, al margen de cuestiones de estilo en sus películas iniciales, lo recalcaba Carlos Saura en sus películas a base de homenajes que era divertido ir encontrando. En “Peppermint Frappé”, al margen de la escena con el tambor de Calanda, que como se ve en la imagen ha llegado a dar pie a algún que otro póster del film, había un zapato entre las olas de un bosque otoñal que, al verlo, todos señalábamos hacia el autor de “Él” o “La vida criminal de Archibaldo de la Cruz”.
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