martes, 14 de abril de 2020

Fatalidad

Negro entre blanco, en un contraste más acusado si cabe en la copia que vi anoche.
Una extraña sensación de sorpresa deja “Fatalidad” (“Dishonored”, 1931), a una copia impecable de la cual nos asimos anoche cuando acudimos a Filmin en busca de refugio. Sorpresa por tragedia romántica hecha como si de una comedia de enredo se tratara. Desconcierto por la elección de un Victor McLaglen como galán, cuando uno espera que para hacer de partner de la espía Marlene Dietrich surgiera de entre los sombras de Von Sternberg, como mínimo, un galán como Gary Cooper. Confusión total al notar que la historia está narrada de la forma más poética y menos ortodoxa esperable, aunque ésta última característica, además de convertirla en sumamente bella, ya forma parte de los signos de identidad de Von Sternberg...
Acercándose a abrir la ventana, que dejará oír el desfile de la banda militar.
Tratándose de una película suya de por esa época, su contrastado blanco y negro, sus sombras, ya quedaban garantizadas. Para ofrecer esos buscados contrastes, Marlene, por ejemplo, se quita un negro guante que nos descubre su bien blanca mano, o aparece acercando su pálido rostro a su negrísimo gato, mientras lo rodea con su brazo. Por otra parte, todo el principio y final del film transcurre por estancias llenas de remarcadas sombras, muy estudiadas.
El primer rival.
Para ratificar lo que he escrito de hecha como comedia de enredo, basta su presentación inicial del personaje de Marlene. a través de la visión de sus piernas. Llueve a raudales y la cámara nos acerca a ellas, mostrándonos cómo se sube y arregla las medias en medio de la calle. Sólo después de eso veremos su cara. Está en una aglomeración en un barrio de mala fama, donde ejerce la prostitución. Pero enseguida descubriremos que se trata de una prostituta realmente especial, con un pasado que le otorga una gran clase y, seguramente, la razón de su comportamiento posterior. Viuda de un heroico capitán del ejército imperial austriaco, aunque queda claro que conoce otros mundos, tiene muy buenos modales, toca a la perfección el piano, sabe componer música.
Y el insospechado galán, al que acostumbramos a ver en otras películas en papeles bien diferentes.
Otra cuestión destaca, al menos, en mi apreciación del film. Siendo de la primerísima época del cine sonoro, presenta una utilización de la banda sonora que ya quisieran muchos films posteriores. O quizás sea al revés: teniendo ese nuevo elemento para hacer su cine, Josef Von Sternberg planificó su uso de una forma extraordinaria, como ya no se haría años después, con ese juguete ya del todo asumido. Esa presentación de Marlene a través de su fetiche, sus piernas, viene precedida por el ruido del agua -pues está lloviendo- impactando en un tejado y cayendo sobre una plancha metálica.
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Pero he reparado sobre todo en una escena, que muestra cómo ninguna ese aprovechamiento máximo del sonido (y de las sombras) para hacerla atractiva, al tiempo que incidir en el espectador y su asimilación de la historia de fondo. Un impagable Gustav von Seyffertitz intenta convencer a Marlene para su causa. Están junto a una ventana cuya persiana listada tamiza la luz exterior, dejándoles a la estancia y a ellos como siluetas en una gran oscuridad, solo rota por bandas paralelas de luz. Se oye ligeramente una música exterior. Él se acerca a la ventana y la abre, entendiendo nosotros automáticamente, pues ha aumentado naturalmente el volumen de su sonido, que corresponde a la de una banda militar desfilando. Un desfile -le dice él a ella- hacia la muerte si no toma ella cartas en el asunto y les echa una mano.
Sí: Estas primeras películas de Josef von Sternberg siguen siendo un estupendo refugio.

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