domingo, 19 de abril de 2020

A Ciambra


No había visto aún “A Ciambra” (Jonás Carpignano, 2017), que ya lleva un buen tiempo por Filmin.
La película es, sobre todo en su primera mitad, un puro nervio. Llena de una agitación imparable (copiada por la misma cámara, casi siempre llevada a mano), en ella vemos cómo Pio, un renacuajo que va a ser el protagonista absoluto, va y viene de su destartalada casa, rebosante ésta de familia, gritos, redadas de policías para detener a sus hermanos. Una casa, en fin, como para pasar en ella un largo y tranquilo confinamiento.
A Ciambra es -creo- una barriada del sur de Italia de la que forma parte esa construcción a medio acabar que les hace de casa. La tribu gitana, protectora de sus lazos de sangre, conectándose la luz de una farola, con sus pequeños hurtos que les aportan algún que otro aparato electrónico y el dinero para ir tirando, convive tranquilamente entre escombros, papeles y plásticos que son siempre callados espectadores del follón.
Fuera del barrio inmediato, “los italianos”, un campo de refugiados de africanos y una discoteca en la que se mezclan todos.
Por su segunda parte, ya planteado el ambiente, la cosa se serena, aunque quizás sea que ya estamos acostumbrados, entrando en profundidades. Es en el momento en que, en una escena medió onírica que se da varias veces, Pio duda sobre si optar por la vía de un caballo, que anda libre por las calles, como hacía su abuelo.
En el fondo, “A Ciambra” no deja de ser una historia de iniciación. La de un crío que, como en los cuentos infantiles, debe ver de superar una prueba para alcanzar sus deseos, ser hombre. La cosa está en ver si lo consigue.

No hay comentarios:

Publicar un comentario