viernes, 24 de septiembre de 2021

César et Rosalie

César en su trabajo, vestido para asistir a continuación a una boda.

Con Rosalie en el coche, tras la boda.

No recordaba tan divertida toda la primera parte de “César et Rosalie” (Ella, él y el otro”, Claude Sautet, 1972; ayer en la Filmoteca). Lo consigue el dibujo extraordinario que se hace en ella del personaje de César, magistralmente interpretado por Yves Montand. Es éste un tipo sin educación, fanfarrón, grosero pero divertido, siempre el rey de la fiesta, un hombre que todo lo arregla a base de su (mucho) dinero, ganado en sus negocios de chatarra con habilidad y esfuerzo.
Su rival en el amor de Rosalie (Romy Schneider) no puede ser alguien más opuesto a él: un dibujante algo retraído, discreto, guaperas, interpretado por Sami Frei (quien en cuanto aparece dirías que es Arcadi Espada…).
En la sala de la Filmoteca surgieron varias risas nerviosas, lanzadas por unas cuantas mujeres, en dos o tres ocasiones. Se mostraban incrédulas, sorprendidas por cómo de obediente se mostraba Rosalie ante los evidentes desprecios machistas de los hombres de la función, siempre pidiéndole que lavara algo, trajera bebidas o hiciera café o la comida, asumiendo que esa era la obligación y el puesto en la sociedad de la mujer. En cada ocasión Rosalie parece aceptar dócilmente también que ese es realmente su cometido y se dispone a hacer lo que le dicen.
Pero la cosa es mucho más complicada que eso, como la misma trama de la película, que acentúa luego la real libertad de acción de Rosalie (por otra parte una mujer en la que recae lo difícil de la negociación con los clientes o proveedores, a la vez que demuestra ser una inteligente y sensible diseñadora de apartamentos).
César, el personaje de Montand es ciertamente un bruto (en alguna de sus explosiones me recordó algún film de Buñuel, como “Él”), pero se demuestra en realidad un pobre desgraciado, que no sabe cómo hacer para seguir adelante.
Por suerte, cuando ya veía venir una temible solución estilo Chabrol, la trama se abre a libérrimas posibilidades, lo que no deja de estar nada mal.
Claude Sautet sorprende por la agilidad que imprime a toda esa primera parte, en que queda tan bien dibujado el carácter extraordinario de César y, más tarde, sin ese vertiginoso ritmo, cómo, a base de planos medios, más próximos que los iniciales, entra a descubrir el conflicto y lo que esconde cada personaje.
Pero también debe decirse que “César et Rosalie” es un auténtico recital de dirección de actores. Montand y Schneider se hacen recordar, mientras que surge también por ahí una cría, Isabelle Huppert, que dará que hablar.


David -el “otro” del título español, con la hija de Rosalie en sus brazos-, Rosalie y César.



 

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