Americanos y lugareños ante el pueblo siciliano.
El científico y su nieta descubren que ha nacido la criatura. Es entonces cuando se ve que el pobre es ya francamente feo de cara, aunque no se vea en la foto.
La rueda de prensa de los militares norteamericanos en Roma.
Ya de pequeñito, recién nacido casi, es -lástima que no haya dado con ningún primer plano para demostrarlo- es muy feo. A la que crece un poco, además, se descubre como muy malcarado. Claro que el pobre tiene sus razones, como trataré de demostrar.
Vamos: que yo también me he dispensado y disfrutado de lo lindo con “20 million miles to Earth” (“El monstruo de otro planeta”, Nathan Juran, 1957).
Un señor cohete cae en una bahía siciliana ante unos pescadores. Es de la US Navy. A partir de ahí, como lo de Palomares sustituyendo proyectil atómico por cohete tripulado, procedente de Venus. La delegación americana -al principio francamente exigua- quiere rescatar con vida al venusiano que acaba de nacer y la autoridad siciliana, como todos los lugareños con un notable don de lenguas, quiere eliminarlo porque lo ve un peligro para sus conciudadanos.
Del servilismo inicial (prestándose los sicilianos a operar de buceadores con unos calzoncillos espectaculares, épicos), se ha pasado a un cierto enfrentamiento dialéctico, aunque los medios de unos (un par de pistolas y pies, para que os quiero los del lugar) y otros (dos helicópteros, jeeps, una red con la que suministrar corrientes eléctricas la Navy) son más que desequilibrados.
Llegado un momento hasta los norteamericanos se ponen las pilas, se olvidan del avance científico y, ya en Roma, se ponen a luchar de lo lindo con los italianos contra el monstruo.
Pero monstruo se le llama en el título español. En el fondo, es un pobre individuo que han robado a su madre en estado fetal en otro planeta. Sus primeras fechorías llegan movidas por el hambre. Deja vivir a una tierna ovejita, un primer crimen contra el animal que lo ataca se intuye por las sombras proyectadas y por los gritos, y si está a punto de matar a un campesino es también únicamente en defensa propia. El pobre va sólo en pos de alimento para crecer, pues lo hace de forma acelerada. Se pirra por el azufre, que toma como una auténtica golosina.
Capturado de nuevo, lo tratan soberanamente mal. Basta ver las argollas y cadenas con las que le inmovilizan, como puede verse en una foto, regular, que adjunto. Está, presto a escaparse, en el Zoo de Roma, en una segunda parte espectacular, guiada por la maestría de Ray Harryhausen en los efectos especiales.
Pongo tambien entre las fotos una de una señora gritando en una ventana, aunque esté machacada con el logo de una buscadora de réditos por las imágenes, para que se vea que, pese al tema, la película logra un grado de realismo, como para creérselo, encomiable. Se utilizan carros de combate reales, aunque por su cañón salga el fruto de un lanzallamas, los edificios son los de la Roma histórica y el bicho se pasea por el Foro y, no podía ser de otra forma, el Coliseo.
Se carga alguna ruina romana pero, al fin y al cabo, ya estaba bastante arruinada.
Ni que decir tiene que en la película se respetan todas las convenciones del género, si bien reducidas a la mínima expresión, por falta de tiempo, que se dedica mayormente a exhibir las hazañas de la criatura y él terrores que causa.
Un par de ejemplos de convenciones del género: El héroe norteamericano se fija en medio de la tensión en la nieta del zoólogo, que tiene un amago de ponerse unos shorts blancos como los de la de “El monstruo de la laguna negra” y luego, modestamente, ya con el oficial bastante camelado, va al trabajo y conserva en el cuello, bajo la bata, un reluciente collar de perlas. Y que me aspen si entiendo como casa esa frase ahí pero, al final de todo, un personaje suelta una máxima lapidaria pensando en la humanidad.
Un auténtico disfrute, vaya.
De esta guisa mantienen a la pobre criatura.
Su escapada por el zoo.
El pánico de la población.
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