martes, 21 de julio de 2020

Un palacio para el pueblo

La espectacular Universidad de Moscú, construida, ésta sí, con materiales de la máxima calidad, en una colina que domina la ciudad. Estos jardines son pasto de novios el día de su boda, haciéndose fotos ante la silueta del edificio.

De una serie documental que pasa por la 2 he visto ya tres capítulos y es de esas que, aunque no por su factura, me interesa un montón. Se trata de “Un palacio para el pueblo” (Giorgi Bogdanov y Boris Missirkov, 2018).
Esas desproporcionadas, totalmente aparatosas construcciones que aparecieron en las capitales de todos los países comunistas, con afán de simbolizar el poderío de las repúblicas populares, son sus protagonistas.
Siempre aportan elementos de lo más curiosos. En el caso de la enorme Universidad Nacional de Moscú, con esos característicos rascacielos de la ciudad rusa, por ejemplo, el punto de máxima sorpresa para mí fue saber de la existencia de familias enteras que, aunque son objeto de un cierto mobbing, conservan sus viviendas, muy codiciadas, en el conjunto, e intentan que se respeten sus derechos.
El dedicado al Palacio Nacional de Cultura de Sofía arranca siguiendo a un empleado que se recorre diariamente un montón de kilómetros a través de las zonas del mastodóntico edificio para ir a poner en hora o intentar reparar los numerosísimos relojes italianos de diseño comprados para el mismo en su día (cuando eran la última moda). La casa fabricante quebró, ya no hay repuestos,...
Otro momento cumbre es ver la sala de control de un auditorio, o de las instalaciones eléctricas, de último modelo cuando se crearon, pero con un mantenimiento brutal hoy en día, en que la electrónica ha acabado con todos esos entonces sofisticados equipos eléctrico-mecánicos. Esa reflexión sobre cómo se vuelve obsoleto lo ideado e instalado sin reparar en gastos con la última tecnología es una de las principales del capítulo.


Para construir el edificio y está enorme plaza anterior se cargaron todo un barrio de Sofía.

No he encontrado ahora la imagen de un tablero eléctrico con todos sus interruptores de aluminio, espectacular, pero este de indicadores luminosos puede dar una idea.

Uno de los numerosos relojes del Palacio de la Cultura de Sofía. Cada minuto, cambio de numero como pasando una página. Me resultan, con su grafía, en verdad preciosos, pero son una de las preocupaciones del ahora reducido equipo de mantenimiento que ha quedado en el lugar.

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