Sissako, como un patricio romano.
Callejeando por Cantón.
Un cineasta africano como yo -comenta Abderrahmane Sissako- no tiene a Picasso, a Cézanne, a todos esos grandes pintores. Pero, de hecho, yo tuve un universo, en mi infancia, lleno de colores. Lo dice en el documental “Abderrahmane Sissako. Cineasta viajero” (Valérie Osouf, 2017), que ha pasado y supongo que lo volverá a hacer por TV5Monde.
Sissako, en el documental, aparece comentando su obra y reflexionando sobre el cine y lo que quiere trasmitir con él. Lo hace en los diferentes sitios en que ha vivido o rodado sus películas: Mauritania, Malí, Moscú, Paris y hasta Cantón. En otros continentes aparece casi camuflado tras unas gafas oscuras y una gorra. En África va con unas túnicas que le confieren, junto al tono con el que lo dice todo, el aire de un patricio romano.
Una de sus primeras películas la rodó en 1993 en Moscú, en cuya escuela de cine, la VGIK, había estudiado a las órdenes del georgiano Marlen Khutsiev, que aparece entrevistado y comentando que sobresalía por su mirada, por cómo miraba y sentía. La hizo -poca broma- con Rerberg, el director de fotografía de “El espejo” (1975) de Tarkovski.
El actor que hacía de pescador en “En busca de la felicidad” (2002).
Rememorando el patio de la casa de su infancia, junto al pozo que construyó su padre, donde, como explica, debido a que el agua no tiene dueño, entraba continuamente todo tipo de gente, rodó “Bamako” (2006)
Scorsese habla en el inicio del documental de la serenidad que, en sus películas, hace de contrapunto a la extraordinaria potencia de las situaciones rodadas. Parte de esa serenidad atisbada en los fragmentos incluidos en forma de hermosos y coloridos encuadres, hace que entren ganas de repasar toda su filmografía.
Rememorando la ventana que, como una pantalla de cine, se abría al mundo en su juventud. “En busca de la felicidad”.
África como uña mundo de colores.
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