viernes, 24 de julio de 2020

El cine de las sábanas blancas



Pues es un bien curioso libro éste de “El cine de las sábanas blancas” (Augusto M. Torres, Huerga & Fierro editores, 2019). Vicente Molina Foix tenía un libro anterior (2007, en Espejo de Tinta) al que le puso un título similar, apuntando directamente a unir cine con erotismo: “El cine de las sábanas húmedas”. Pero mientras que éste era simplemente un recopilación de artículos sobre películas y actores que habían sido mitos eróticos, el del escritor, productor, distribuidor y realizador cinematográfico Martínez Torres tiene voluntad, con sus más de trescientas páginas, de cuerpo único, no desgajable.

Son dos los hilos que se entrecruzan en el libro. Por un lado la historia de los cines de Madrid. Por otro, los recuerdos personales del propio autor. Pero ya veremos de qué tipo de recuerdos se trata y, contra la impresión que daban las páginas iniciales, se va viendo que tanto la memoria llena de datos (arquitecto, características de las salas, tipo de programación) sobre los cines como la peculiar y supuesta memoria personal -con rompimientos bruscos a base de punto y aparte entre ambas temáticas- se concentra básicamente en los años 50 y 60.

Al escribir sobre cada uno de los cines, Augusto M. Torres explica su relación con el mismo. Esto es: qué película vio allí (aprovechando para describirla sucintamente) y con quién asistió a la proyección. Eso le permite pasar a su segundo punto de interés: sus supuestas aventuras eróticas como adolescente, tanto en las propias butacas de los cines como en escarceos por sus mudantes casas. 

Digo supuestas porque muchas de esas aventuras suenan tan exageradas como repetitiva y exagerada es su fijación con ciertas cosas, por lo que acabas creyéndote tan solo en un muy menguado porcentaje. Hay algún lapsus cronológico que ayuda a esta consideración. Algún personaje, además, apostaría que está inventado de principio a fin, lo que no importa demasiado si se considera el libro entero, pese a la rareza de esa proliferación de datos repetidos sobre los cinematógrafos que en Madrid han sido, como novela.

Pero hay otro aspecto que se debe mencionar al hablar del libro, y es el peculiar “estilo”, por llamarlo de alguna manera, del autor. Yo lo había leído, más que en sus críticas para “El Pais”, que creo no aparecían en la edición catalana, en otros variados libros y había reparado, desde luego, en sus extrañas y contundentes valoraciones, pero siempre las había atribuido a tratarse de pequeños manuales de historia del cine, donde se debía jugar con una gran limitación de espacio. Ahora veo que no es así. Me he llegado a preguntar cómo Seix Barral, que sin duda debía disponer de concienzudos editores, le publicaron sus dos primeras novelas, pero en este libro explica que se trata de dos libros escritos cada uno como un único párrafo y, lo que resulta una al menos difícil gramática, se pudo justificar porque he recordado que era la época del Nouveau Roman, de los experimentos narrativos. 

No puedo evitar trasladar aquí alguna de las frases que, con ese uso tan peculiar suyo de las comas (que debe creer sirven para todo), los relativos, reenganches finales extraños y desorden fenomenal, te hacen detenerte un momento en su lectura para ordenar las cosas y ver qué corresponde a qué. Par aclararte un poco, vaya:

“A mi padre, a quien gustaban los desfiles, llevarme a ellos y gritar fuera de sí, ante mi asombro, ‘¡¡Franco!! ¡¡Franco!! ¡¡Franco!!’ al paso del automóvil con el dictador, durante la estancia en un hospital que precedió su muerte, la mayor, y más atenta, de las monjas que lo atendían, lo encontraban parecido al ‘Caudillo’, decía con alegría suya y de mi padre.”

“En 1925 el arquitecto Pascual Brau lo transforma en el Circo Americano, donde también se exhibe cine al situar una pantalla en la parte central del local, con la modalidad de que pagan menos los espectadores que ven invertidas las imágenes, y en especial los intertítulos, estamos en los años triunfales y finales del mal llamado cine mudo, por estar sentados al otro lado de la pantalla.”

El libro es una amalgama de cosas así. Casi diría que una carrera de obstáculos, que al principio, cuando cuenta a su aire, de hecho, la historia del mismo cine, se lee con dificultad pero con fruición, porque interesa lo que intenta explicar. Más adelante y hasta el final, donde se ve que se trata de un texto que tenía avanzado hace muchos años y le ha puesto un par de remiendos para sacar ahora, llegas a cansarte bastante, la verdad, de sus repeticiones, hasta esa tan literaria de compararse con un Odiseo que no tiene ninguna Penelope que le espere en su regreso a Ítaca.

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