lunes, 20 de julio de 2020

Rostro al mar



El martes me hicieron una, en principio, pequeña intervención en un ojo. Fue bien, pero resultó algo más complicada que lo previsto. Como consecuencia, he debido respetar la prohibición temporal de fijar la vista, lo que se ha traducido en casi una semana sin poder leer ni escribir. Sí podía pasear -aunque uno ya va teniendo muy vistos sus alrededores- y ver televisión, de poder ser sin subtítulos.
Unas limitaciones de este orden te hacen apreciar cómo dependes de ciertos hábitos y el alto porcentaje de tu tiempo que dedicas a cosas tan corrientes como la lectura (en papel y pantallas) y la escritura.
He echado mano de forzadas alternativas. Una primera la música, aunque quizás ésta te amplíe la impresión de mantenerte aislado en una burbuja. Sigue sin acabar de convencerme (no niego que pueda ser por ignorancia de opciones existentes y sus parrillas) la radio, demasiado abundante para mi gusto en publicidad y bajo nivel de muchas verborreas asociadas. En la pantalla del televisor he acudido -y me ha resultado oro en paño- a las muchas conferencias y mesas redondas de diversas fundaciones que atesora YouTube. Y, por último, también he visto documentales (alguno -¡ay!- doblado, como mal menor) y alguna que otra película española. Pero, en general, he constatado que no es del todo lo mío lo de sujeto pasivo, y si bien me gusta curiosear y recibir de aquí y de allá, inmediatamente estoy pensando en ordenar y asentar lo captado, escribir sobre ello, etc. y tenerlo vedado es un pequeño gran inconveniente, que te machaca.
He seguido, claro, las noticias. Mira que han sido pocos días, pero cuan negativo puede resultar tan poco espacio de tiempo... Al margen de esa sensación de cerrazón en la adversidad que va adquiriendo el panorama sanitario, político, económico y social, me ha sentado fatal la muerte de Juan Marsé, que aunque se supiera que estaba muy justillo, confortaba saberlo ahí como referencia. Y he considerado un ataque directo a mi calidad de vida el cierre de los Cinemes Mèlies. Pensar que en las últimas ocasiones que los había frecuentado parecía que contaban con más espectadores de lo habitual...
Una de las películas que he visto estos días en televisión, pues la pasaron en La 2, presenta encuadres tan impresionantes como el de la fotografía. Eso y la posibilidad de disfrutar de vistas de Marsella, pero sobre todo del Cadaqués de la época. Se trata de “Rostro al mar” (Carlos Serrano de Osma, 1951). Es un desatado melodrama muy del gusto de la época. Me traslado a esos días y seguro que habría salido entonces satisfecho del cine: Aparecen barcos, el mundo de los contrabandistas, de los marinos mercantes, bares portuarios... y el protagonista masculino es nada menos que un comunista. ¿Qué más pedir? De acuerdo: luego se ve que estaba engañado y sus camaradas le traicionan con todas las de la ley, pero para 1951 no está nada mal.
En ese proceso de minería entre el cine español de la postguerra, para ver si se encuentra alguna veta aprovechable, ya completamente rescatadas algunas magníficas películas de Edgar Neville, le llega el turno a Carlos Serrano de Osma, que siempre contó con predicamento entre los del oficio. La película denota, más allá de la trama argumental, un director muy bien pertrechado técnicamente, que sabe hacerse seguir muy bien por todo el metraje. Cabría recordar por aquí que Carlos Serrano de Osma fue quizás quien más ayudó a Llovet Gracia con su “Vida en Sombras” (1949), una película que, de casi desconocida ha pasado a formar parte en poco tiempo del canon del cine español...
Ya se ve por la extensión abusiva de esta entrada que vuelvo por aquí sin corrección alguna. Lo siento. ¡Qué se le va a hacer!

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