miércoles, 8 de julio de 2020

Histoire de vent


Joris Ivens, ojos fatigados, esperando la llegada del viento.

Joris a Ivens muere en 1989. Pero antes, en 1987/1988, a sus 90 años, busca un final poético para su carrera. Hace con Marceline Loridan un nuevo viaje a China para, cómo había ocurrido ya en otras ocasiones, rodar un film, "Histoire de vent".

Un niño holandés que ha construido un avión para elevarse con él y que el viento le lleve hasta la China.
El ruido cortante y la imagen fugaz de unas aspas de molino cruzando por la pantalla. No es El Quijote, es Holanda. Vemos la imagen típica de un molino de viento ya al completo y, ahí cerca, un niño, que no puede ser otro que el propio Joris Ivens, que ha construido un avión para ir volando, llevado por el viento, a la China.
Danza con un viejo maestro.
A continuación vemos a Ivens anciano, ojos cansados, asmático (en una escena se insuflará una dosis de Ventolin), sentado en una silla que han anclado para él en las dunas de un desierto de arena. Él y su equipo, los micrófonos preparados, esperan la irrupción de los vientos de todo el mundo.

Saliendo de la luna de Melies. Al final de su carrera, el seguidor de los Lumiere (aunque sería mejor especificar que de Flaherty), une las supuestas dos líneas del cine, que son en realidad una sola.


La China que rueda es muy diferente a la de sus previos documentales. Ya no se trata de testimoniar los eventuales avances o dificultades de su sociedad. Es una China más íntima, más espiritual. El film es una aproximación, onírica por momentos (alguno de ellas, todo sea dicho, no de mi devoción), no solo a la China con la que se encuentra, varada sin viento, sino a todo el recorrido efectuado por su cine, desde su primer documental, a través del siglo, con el viento como protagonista.
Esperando captar los vientos del mundo.

En el decorado múltiple, empieza el discurso político a las masas... hasta que el enchufe del micrófono es separado de la corriente.

Ivens en una coreografía con los guerreros.

Nos ofrece también, entre otras, la imagen testimonial de un gigante al final de su vida, llevado por unos porteadores en su silla a través de los miles y miles de escalones que conducen al santuario de la montaña, o bien subiendo él, solitario, con su bastón, por la duna.
En dos momentos amplía ese ejercicio de arrasar con el viento todo lo defendido por él anteriormente, enfocando específicamente sus cámaras a la China que también cree debiera barrerse con el viento. En una secuencia con un decorado múltiple, en el que tienen lugar varías acciones simultáneas, cuando el dirigente político empieza a dirigirse a las masas, le desenchufan su micrófono. En otra, Marceline Loridan y el mismo Joris Ivens, desesperados por el sin sentido y la consecuente paralización, entablan una pesada negociación con unos impertérritos burócratas que les limitan tiempo y sitios de rodaje.

En su silla, a 30 grados centígrados, esperando la llegada del viento.

Para el final de su carrera se ha reservado la mayor libertad de acción. Hasta emprende una coreografía con el famoso ejército de guerreros chinos. Finalmente (espoiler), surge el potente viento, para felicidad del viejo león. Un viento que se lo lleva todo consigo.
Que, quizás con la ayuda de los ventiladores de una encantadora, aparece.

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