Una curiosidad. Vi ayer que en La 2 pasaban “Piedra de toque” (Julio Buchs, 1963) y, tratándose de lo que se conceptuaba como un “reconocido profesional”, le di al botón de “grabar”.
La primera sorpresa es que, frente a lo que anunciaba la carátula del programa (un fotograma del film en blanco y negro), se trata de una producción en Eastmancolor en la que los vistosos colores son uno de sus atractivos.
La situación inicial promete: Carlos (Arturo Fernández) es el hijo tarambana de un trabajador empresario riquísimo, que tiene una plantación en la Guinea Ecuatorial. Le va dando largas a su novia secreta, pues no tiene ningún deseo de casarse, de la misma forma que le va dando largas a su padre en su deseo de que vaya a ocuparse un tiempo de la plantación. Pero un sorprendente hecho desencadenará los acontecimientos, y ya tenemos a Carlos yendo a ofrecernos lo que resulta más destacado de la función.
Llegada al aeropuerto de Bata, en Fernando Poo, recorrido en Land Rover por la moderna y limpia ciudad, llegada al funcional y también moderno chalet de la plantación. Ahí se concentra lo que me hace recomendar la visión de la película a quien sienta curiosidad por estas cosas.
Eso se ve en la primera media hora. Luego aparecen un cura, dilemas morales de aquí te espero, rivalidades amorosas y danzas folclóricas algo pesadas. Quien no aguante las correspondientes escenas de edificación moral ya puede dejar de verla. Aunque sería una lástima no quedarse para apreciar la imagen que se da de España como potencia colonial: desprendida, diligente y considerada, hay que ver la sociedad tan moderna y feliz que está dejando para el futuro en ese lugar tan paradisíaco.
Porque salvo un desliz, un prejuicio inicial del protagonista enseguida corregido, se verá que allá no había el más mínimo rastro de racismo, mezclándose todos,colonos y colonizados, en trabajos y salas de fiestas sin la menor discriminación racial. Es verdad que otro propietario, con la sonrisa en los labios, se lamenta que ahora ya no pueda dar una buena zurra a alguno para hacerlo trabajar, pero hasta el capataz, enamorado del lugar, confesará que le gustan un montón los negritos, que son “como muñequitos de chocolate”.
Como no he encontrado ninguna fotografía en color de escenas de la película, ni corto ni perezoso me he puesto a fotografiar la pantalla del televisor, de una forma algo ladeada, para que no incidiera por completo ningún reflejo.
El recorrido (ahi va el Land Rover) entre el aeródromo y la plantación. |
Cruzando Bata |
Y la llegada al moderno chalet de la plantación. |
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