lunes, 15 de noviembre de 2021

La carta que nunca fue enviada


Lo primero que vemos de “La carta que nunca fue enviada” (Mikhail Kalatozov, 1960; en Filmin) está captado desde un helicóptero. Éste agita las aguas de un gran río, desde el que le despiden un equipo de cuatro personas.
Esas cuatro personas, tres hombres y la mujer de uno de ellos, forman un equipo de geólogos que parten en verano hacia Siberia a mirar de encontrar diamantes, donde diversos científicos han elucubrado que deben existir.
La tensión inicial la causa, claro está, la mujer, de quien cae enamorado el segundo del equipo, mientras que luego la que marcará la pauta de la acción, ya entrado el otoño, será la impenetrable taiga siberiana que, a base de películas, uno va sabiendo cómo se las gasta.
A una llamada de emergencia que efectúan por radio responden desde Moscú con sólo retórica, lo que me ha llevado por un momento a pensar en una cierta crítica política, pero en seguida los hechos se encargan de aclarar que de eso nada.
El film se convierte, en su segunda parte, en un angustioso recorrido hacia la casi imposible salvación, que por momentos recuerdan a embates de ciertos westerns. Kalatozov, que ya sabemos tiene un pulso que recuerda el de los grandes cineastas de la vanguardia de los años treinta, nos da todo un recital en sus tomas, aportando relieves inusitados de los expedicionarios sobre el fondo del paisaje o de los cielos y todo tipo de espectaculares escenas desde el punto de vista formal.




 

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