Ahora que escasean los grandes autores cinematográficos, es de lo más lógico que se encumbre a alguien como Ryūsuke Hamaguchi, del que en el Boliche se inicia hoy la segunda semana de “La ruleta de la fortuna y la fantasía” (2021).
Descubrí por casualidad su “Happy hour” (2015), que me hizo recordar su apellido (fácil dentro de lo japonés, por lo demás), lo que no quitó para que, llevando la contraria de todo el mundo que la vio, no me resultase su siguiente “Asako I y II” (2018).
En tiempos de cierta escasez de propuestas atractivas, esta y la otra película que ha hecho este mismo año 2021, eran, a partir de su tráiler, de sus imágenes entrevistas por diversas publicaciones, por contraste, de lo que me parecía más atractivo de la oferta cinematográfica. Solo he visto de momento la primera, de cuya sesión salí ayer satisfecho, pero con alguna cosilla que rebajaba algo el entusiasmo. Como se ha hablado de la película mucho, dejaré aquí constancia únicamente de las cosas que personalmente me suscitó, tanto a favor como en contra.
Una primera es algo colateral a la película: el acercamiento a lo japonés y específicamente a Tokio que, para uno que no ha estado por ahí como yo, procura y no sólo por esa gelatina de judías que golosamente se meten en el cuerpo algunos de sus personajes o por ese celo con el que preservan su espacio vital, huyendo de todo contacto personal.
Si mediante “Tokyo ride” (Ila Beka y Louise Lemoine, 2020) descubrí una idea básica de la formación de la gran ciudad actual, como que las autovías que la recorren siguen los antiguos canales que comunicaban toda la ciudad, esta “Guten to sozo” es su demostración palpable (véase el largo recorrido en taxi de su primer episodio). Pero también, en los otros dos capítulos, ese uso de los transportes públicos, los centros que suponen las estaciones, los barrios residenciales apartados de las grandes vías, etc.
Una segunda cuestión es la referencia efectuada a dos grandes cineastas. Hamaguchi parece rechazar la influencia de Hong Sang soo, si bien basta oír la musiquilla inicial y final del film para que te vengan a la cabeza las últimas películas del coreano. En cambio, pone como básica la de Éric Rohmer. En ambos están también esas largas conversaciones de los protagonistas y es más que probable que del Rohmer de “El Amigo de mi amiga” y sus encuentros azarosos en la banlieu sea muy deudor el Hamaguchi del tercer episodio o incluso ese azar al que hace mención el título de todo el film.
Empecé, cavilando muchas de estas cosas, plenamente atrapado, el primer episodio del film, hasta que, llegado el quiebro “azaroso” que contiene, se perdió para mí mucho de la magia (ya que se habla de ello), de la inmediatez, de los personajes y empecé a ver lo forzado de la situación. Ya eran actores efectuando una laboriosa representación para el espectáculo al que yo asistía. Sin la frescura pescada inicialmente, al menos este espectador empezó a ver casi únicamente la construcción que había ahí detrás.
Algo así sucede también en el segundo episodio, que parece acercarse argumentalmente en un momento al “Oleanna” (1994) de David Mamet. En él empiezas a dudar de la precisión del idioma utilizado por los que han elaborado los subtítulos, que ya habían ofrecido algún sobresalto -siempre rondando temas sexuales- en el primer episodio, por lo opuestos a lo que se conoce del carácter y precaución en estas cosas del espíritu japonés. Un según cómo desconcertante beso con el que concluye el episodio, que te hace remover todo lo que has ido elaborando en tu pensamiento, acaba felizmente con este tipo de reparos.
Por último el tercer episodio se eleva, en mi visión y al margen de lo ya comentado del mismo, como el más representativo de lo que es para mí la película, con sus situaciones oscilando de la incredulidad a momentos de auténtica verdad, que llegan.
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