miércoles, 10 de noviembre de 2021

El mundo de Apu


Si se dice que un clásico es aquel que, siendo ya del pasado, continúa mostrando su vigencia y puede servir como modelo, qué duda cabe que “El mundo de Apu” (Satyajit Ray, 1959; en su ciclo de la Filmoteca en una copia que parece haber llegado directamente de la India) es uno de ellos, y no todo eso que clasifican como tales en las plataformas.
Tiene la película un mínimo prólogo, de dos únicos planos, que ya te sitúan en el momento de la vida de Apu que va a narrar y en el ambiente general en el que se encuentra. En el primer plano podemos leer un escrito a mano que lee Apu, en el que su profesor certifica que ha obtenido un grado intermedio de estudios y le alaba su valía. En el segundo el profesor despide a Apu lamentándose de que la situación económica de su alumno no le permita graduarse. Están en Calcuta y, al abrir la puerta se oyen unos gritos de protesta, reivindicativos, de los universitarios. Hay entonces un fundido en negro y empieza a sonar el sitar de Ravi Shankar acompañando vivamente a los títulos de crédito. Una música, la de Ravi Shankar, que luego va a ser un elemento inseparable de la evolución de la película, elevándola.
Mencionaré aquí ahora sólo otra escena, para señalar cómo demuestra la sensibilidad de Apu. Éste está escogiendo los libros de su menguada biblioteca que sean susceptibles de ser vendidos, pudiendo así pagar los retrasos que debe al casero. Contempla uno de los libros y encuentra entre sus páginas unas hojas de una planta. Las acaricia y traslada al interior de uno de los libros que va a quedarse con él. Ahora tendría que revisar “Aparajito”, la anterior película de la trilogía, para ver si se muestran en ella las circunstancias en que la colocó originalmente entre las páginas del libro.
Es extraordinario cómo recoge, más tarde, las miradas de ella, Apurna, esa a la vez frágil y decidida maravilla humana, contemplando el cuartucho donde va a tener que vivir. No soportando el contraste con la casa familiar de la que procede, corre entonces hacia un rincón y rompe a llorar. La escena, por cierto, me ha recordado el desespero -similar- del personaje de Ingrid Bergman cuando descubre cómo es el “Stromboli” donde va a pasar a vivir en el futuro. Si esta última consigue superar la situación gracias a la intervención divina, Apurna lo hará enseguida, a base únicamente de su propia fuerza de voluntad.
Esta película -de la que por cierto coincidimos luego en que tiene una presencia del tren constante-, como toda la trilogía de Apu completa (con el tren también uno de sus protagonistas), se puede ver una y otra vez, siempre emocionando y provocando tu reconciliación con el cine, por muchas trastadas que te haya proporcionado últimamente. Un clásico vivificante, pues. Con esa sensación salimos, al menos, anoche de la sala de la Filmoteca donde la proyectaron.
No es lo mismo que verlo en condiciones en pantalla grande, pero el ciclo completo también puede encontrarse en Filmin.


 

1 comentario:

  1. Una obra maestra, así, sin más. La trilogía completa es estupenda. Realismo, drama, emoción, cine verdadero.
    Saludos.

    ResponderEliminar