La gigantesca esclusa en construcción en el enorme río Lena.
A Chris Marker, como a Joris Ivens, le funcionó muy bien el formato de la carta. Ésta que pasaron ayer en la magnífica retrospectiva que le dedica la Filmoteca, “Lettre de Siberie” (Chris Marker, 1957) fue de las que crearon escuela.
Se inicia la carta desde ese territorio tan lejano y aparece, como presentación, uno de sus paisajes, la estepa, mientras suena en la banda sonora una canción popular.
Aparecerá luego la taiga, pero quizás lo más atractivo para los ojos occidentales, en el momento de producción del documental y ahora mismo, sean las escenas en las que se ven las ciudades surgidas de la nada, como esa cruzada por un tranvía, o esa de la que aparece un solemne edificio gubernativo y detrás suyo, sin transición, se pasa al bosque.
Como suele ser costumbre en Marker, hay imágenes y comentarios (en este caso dichos por el también cineasta Georges Rouquier) muy irónicos, que en esta ocasión son hasta más jocosos que de costumbre. Ahí está esa secuencia en la que, viendo desplazándose a una cantidad ingente de patos de un koljós, el narrador comenta que, como se sabe, el pato es colectivista por naturaleza. O esa otra secuencia en la que, didáctico, Marker explica tres formas totalmente diferentes de comentar unas mismas imágenes de un autobús cruzándose con un lujoso coche.
Jugando con los contrastes visuales, nos da a conocer una Siberia, como se dice en el mismo film, entre el Sputnik y la Edad Media.
La volverán a pasar el 17 de julio. Otra oportunidad para enterarse de la curiosidad, la extrañeza, las expectativas que ocasionaba la lejana tierra soviética antes de la creación del muro.
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