Las imágenes iniciales de Paris, entre brumas y luz.
Nota de ambiente.
Al son de unas campanas una mujer sube por unos escalones de una cubierta como si fuera la Ingrid Bergman del final de “Stromboli” ascendiendo al volcán. Va a contemplar la vista de París, “una de las más bellas”, dice el narrador (cuya voz los títulos de crédito adjudican a Yves Montand).
Con las vistas de Paris, “en un equilibrio entre bruma y luz”, se va a iniciar en una sala Chomón de la Filmoteca no muy llena, en primera sesión de tarde de domingo de julio, “Le Joli Mai” (Chris Marker y Pierre Lhomme, 1963) con una supuesta encuesta entre gente diversa realizada el mes de mayo…
También en 1963, Pier Paolo Pasolini inició una encuesta similar por Italia, preguntando por el amor a todo tipo de gente. Aquí Marker y Lhomme no les pregunta por el amor, sino por su concepto de felicidad y las respuestas que obtienen llevan a sentimientos similares al Pasolini que posteriormente se deprimía al ver cómo el consumismo había arrasado con todo.
Un vendedor de ropa tiene claro que lo único que puede llevar a la felicidad es hacer más caja; por la rue Mouffetard no se sabe contestar demasiado, pero se intuye que será más difícil alcanzar la felicidad en las nuevas casas a donde tendrán que ir a vivir, desalojados de las actuales, por más que éstas no tengan los servicios mínimos necesarios. Se perderá el calor humano que rebosa por las tiendas de verdura de la calle, de la misma forma que dos arquitectos ven que la única idea que hay detrás de los nuevos barrios en construcción, con rascacielos de viviendas todas iguales, es la del rendimiento económico. “¿En dónde quedará sitio para la felicidad?”- se preguntan.
No sé si es Lhomme (el luego director de fotografía, por cierto, de “La maman et la putain”) el que se ve en alguna ocasión haciendo preguntas. A Marker, oculto, se le detecta por alguno de los guiños a los que este ciclo nos acabará por acostumbrar: aparece, por ejemplo, un dibujo muy Marker de un gato y el plano siguiente presenta una placa advirtiendo de un “perro peligroso” o, más tarde, cuando pone en duda lo que está oyendo, hace salir a unos cuantos gatos -o a un búho-, sus animales más apreciados, con pinta de escéptico.
La segunda parte está más centrada en aspectos de rabiosa actualidad política de la época. Aparece Fantomas. La guerra de Argelia, los movimientos de liberación del África Francesa y el racismo latente de la población toman protagonismo.
Aparece también en esta parte, no obstante, un Madison que nos lleva inmediatamente al de Anna Karina y sus partners en “Bande a Part”, que se contrapone con las siguientes imágenes del juicio al general Salan, y una llamada interior preguntándose qué opinará “la gente” tiene unas imágenes correspondientes bien divertidas, pues no salen en cuadro sino directores de cine amigos: Godard, Resnais, Rouch, Rivette…
Por el final alguien valora lo importante, en eso de la felicidad, de la televisión, y vemos una funcionando, con toda la familia. Ya estamos en donde estamos.
Si ahora está película es importante para saber de su época de realización, me imagino el impacto que podía suponer su visión como radiografía anticipadora en su momento.
El vendedor de ropa sitúa el percal.
Los dos arquitectos preguntándose dónde queda sitio para la felicidad en los nuevos barrios que se están construyendo.
La niña que, con toda la familia procedente de Auberville, mira desde la ventana de su nueva vivienda.
La última entrevista a fondo, con un chico argelino que perdió su primer trabajo debido al racismo imperante en su trabajo.
La imagen de la rue Mouffetard, que se vuelve a sobrevolar al final.
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