Me llama bastante la atención el Premio Jean Vigo, que se da cada año por uno de sus primeros cortos o largometrajes de producción francesa a un joven realizador en cuyo futuro se depositan grandes expectativas. Poca broma, porque he ido a ver quienes se lo llevaron desde su fundación: entre otros figuran los nombres de Resnais, Marker, Chabrol, Godard, Sembene, Pialat, Garrel, Rozier, Moullet, Desplechin, Assayas, Beauvois, Dumont, Guiraudie, Manivel o Amalric.
Pues bien: en 2019 se lo dieron a Stéphane Batut por “Vif-Argent”, que ayer colgó Mubi y vi anoche.
Película sobre gente de apariencia alucinada que cuenta unos relatos que toman forma visual con gran presencia, mezclados con trayectos “reales”, casi documentales, muy “post nouvelle vague”, de sus protagonistas, en los que se hace palpa el norte del París actual, con el metro y las estructuras de éste cuando sale a la superficie, vas viendo poco a poco que aparecen personas que ven pero no son vistas más que de forma selectiva, muertos que se observan a sí mismos en el trance de morir con sorpresa pero también con suma tranquilidad, como si se tratara de algo ajeno, de una acción externa a la que tienen acceso.
Pronto el espectador toma conciencia de que posiblemente esté viendo la historia de un Caronte moderno, pero entonces se convierte en una profunda historia de amor, de esas que los surrealistas gustaban, por ir más allá de la muerte.
Seguramente irá por barrios. A muchos, en su exceso, les podrá resultar de lo más ridícula. A mí, anoche, me dio por apreciarla experimentando aquello del poder de ensoñación que, en determinados momentos, tiene el cine.
No hay comentarios:
Publicar un comentario