El mundo digital ofrece cosas increíbles, pero muchas veces no funcionan cuando más se necesitan. Ayer estaba cansado y me daba pereza ir a la Filmoteca a ver la película para la que había reservado entrada -“The two sights”, Joshua Bonnetta, 2020; Festival La Inesperada- por aquello de que iba de las Hébridas Occidentales, unas islas a las que siempre he deseado ir y a las que siempre he acabado por no ir debido a lo complejo (continuo uso de ferrys, pocos sitios donde dormir, tiempo y dinero necesarios...) que es planificarlo.
Finalmente, haciendo de tripas corazón y pertrechándome de los elementos anti-coronavirus, me decidí a ir hacia la parada de autobús, con poco tiempo por delante. La pantalla que avisaba de lo que faltaba para el próximo bus no funcionaba y solo construía una y otra vez una frase que, aparecida letra a letra, decía que en el autobús debes ir con la mascarilla puesta.
Consulto entonces una aplicación que da esa información de tiempo a esperar para el próximo bus, pero no lo dice. Solo da la frecuencia teórica de paso según sea día laboral o festivo. A fastidiarse, pues, y a esperar y ver qué y cuándo llega.
Transcurren los minutos y ningún autobús, de ninguna línea, pasa por la parada. A lo lejos se ve uno, pero tiene las luces apagándose y encendiéndose, como si estuviera estropeado.
Ya que he salido de casa, no voy a volver ahora con la cola entre las piernas, sin haber visto la película, me digo. Paro un taxi, con el que llegaré seguro en horario. Pero en la Gran Vía la Guardia Urbana para y desvía los vehículos. Deberé continuar a pie, casi corriendo -me digo-. Quiero pagar el taxi con la VISA, pero -segunda prueba fracasada- algo no funciona en la terminal y debo acabar pagando en metálico. Echo a caminar a paso rápido. Un poco más abajo , al cruzar una calle, veo que a mi derecha toda la manzana está ocupada al completo por camionetas de la policía, con sus luces azul claro intermitentes, y a mi izquierda avanza una manifestación con pancarta que no acabo de distinguir, porque cruzo acelerado, y banda sonora compleja. Pasada esa encrucijada, el sonido de un helicóptero me persigue hasta que por fin entro en el edificio de la Filmoteca.
Llego justo a tiempo y debo ser de los últimos que se suman a una sala llena (al 50% estipulado), para ver algo totalmente opuesto al ajetreo experimentado.
La película, rodada en 16mm, dice que va a hablar de unas islas en las que sus habitantes notan poca diferencia entre el cielo de encima de sus cabezas y la tierra de debajo de sus pies. De vez en cuando se aprecian variaciones enormes de la luz con la que estamos viendo algo: conociendo esas latitudes, son nubes que van y vienen repentinamente.
El film es interesante, aunque no profundizo mucho en el conocimiento sobre las Hébridas, porque el realizador, el canadiense Bonnetta, aunque muestra algún que otro paisaje, está más interesado en las texturas, los reflejos y la captación de la lluvia, el mar y la niebla, en objetos retorcidos y maltrechos por los elementos, en escuálidos cangrejos y arañas o bien en los sonidos asociados, dando por resultado un conjunto ambiental que podría ser de cualquier otra zona costera de por esas latitudes.
Eso, en cuanto a las imágenes y parte de la banda sonora. Pero en esta última hay algo más: paisanos de diferente pelaje, a los que no vemos, nos explican el mundo de vivencias sobrenaturales, de extrañas premoniciones que ellos mismos o alguien muy allegado a ellos han experimentado.
A la salida, un clima extraño se vive también por la calle. En las Ramblas, muy vacías, como siempre últimamente, unos cuantos jóvenes, de uno y otro sexo hacen fotos con el móvil a unas vallas y material de obras que está acumulado, algo retorcido, en un lateral. Poco más arriba, la fachada de una oficina del BBVA en un edificio singular está que da pena verla. Cajeros, puertas y otros elementos reventados y quemados. En la acera, por el suelo, vidrios y mucha agua. Los bomberos han debido apagar hace poco un fuego provocado. Otro objetivo de las fotos de los que, discreta y rápidamente, pasan por ahí.
En la parada de bus tampoco funciona la pantalla (tercera prueba condenatoria). Ésta dice : “Sin datos”. Justo en el momento en que más se necesitan esos datos. Pregunto a un señor que me dice que cree que funcionará, pero acaba de llegar. Lo dejo ahí y me meto en el metro. Llegando a casa, el helicóptero se deja ver y, como si se tratase de una performance religiosa, deja caer hacia la ciudad un haz luminoso. Su ruido sigue siendo el protagonista absoluto de la banda sonora.
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