martes, 16 de febrero de 2021

Cama y sofá

La mujer pensativa.

El marido, restaurando las estatuas de la fachada del Teatro Bolshoi.

El amigo, llegando en tren a Moscú.

El marido presentando al amigo (que ha encontrado trabajo, pero no vivienda) a la mujer. Sin hacer caso de la opinión de ella le dice: “No tendrás vivienda, pero aquí tienes este sofá”. Una frase que se repetirá luego en otras circunstancias. Esa cortina que separa de la entrada da idea de la precariedad del apartamento del semisótano, desde el que, como pasa en las películas de Truffaut, se ven las piernas de los paseantes por la calle.

Aún hay gente decente. La plataforma Mubi tiene un apartado temible, que indica las películas de su catálogo que están a punto de caducar y retirarse de circulación. Por él me enteré anoche, pasadas las once, de que por ahí estaba la quizás ahora considerada mejor película de Abram Room, “Cama y sofá” (“Tres en el subterráneo” o “Tres en Meshchanskaya”, 1927). El problema era que ahí se indicaba que desaparecería a medianoche y he estado con el ay en el cuerpo de que me dejase a mitad visión de un momento a otro. Fueron considerados y esperaron a que la acabase de ver por completo.
El inicio del film recuerda el de “Berlin, sinfonía de una ciudad”: en este caso es Moscú la ciudad que se va despertando, pronto ejemplificando la acción por la que todos se lavan como pueden de buena mañana (hasta el gato y los tranvías) en un matrimonio que vive en un limitado apartamento de un semisótano en el que él, bastante tontaina, le trata a ella como si de un mueble más se tratase. Mientras, un impresor amigo del marido llega a la ciudad en tren, en busca de trabajo.
Los trabajos de ambos dan pie a unas espectaculares escenas, en las que se ve la modernidad y ajetreo de Moscú desde
los caballos de las estatuas situadas en la fachada del Bolshoi (el marido) o las rotativas de un periódico (el amigo). Más adelante en la acción, no tendremos que conformarnos con esto: Moscú se ve también espectacular desde el techo de un tranvía en su recorrido y hasta desde un avión.
El marido ofrece a su amigo permanecer en el sofá del apartamento hasta cuando debe partir de viaje y ocurre lo que tiene que ocurrir. Hay algún giro más y es el marido el que pasará a ocupar -la vivienda, ya se sabe, era un bien escaso en la ciudad- el sofá.
No sigo explicando la trama, punteada con alguna sobreimpresión para ilustrar sueños y deseos de los personajes. Diré, eso sí, que el film, que aconsejo buscar y ver, se demuestra bastante feminista avant la lettre.


Ella, ya no un mueble.

 

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