No he encontrado otras imágenes de la casa sin títulos de crédito.
He abierto los ojos y vuelto a la conciencia tras un pasajero sopor de sobremesa justo cuando pasaba una escena increíble de “Mi Rembrandt” (Oeke Hoogendijk, 2019; en Filmin), que prometo volver a ver en condiciones, porque si esta escena no es una casualidad, valdrá ciertamente la pena.
Un ejecutivo del Rijksmuseum bien vestido, bastante joven, con garitas redondas, relata su visita a la casa de Eric de Rothschild en los Champs Ellysées de París. Ha ido para negociar la compra de una pareja de cuadros, los retratos de Maerten Soolmans y Oopjen Coppit, que un joven Rembrandt pintó cuando se instaló en Amsterdam. El barón ha anunciado hace poco que los ponía a la venta.
Oímos el relato que hace el visitante: Una pequeña puerta de los Campos Elíseos da acceso a la casa. Tras entrar nos encontramos en una habitación sin grandes ostentaciones y, sin embargo, vemos que en ella todos sus objetos, por pequeños que sean, son de primera calidad.
Por esas maravillas del cine, mientras oímos el relato, vemos la escena. Aparece por una puerta un señor vestido de negro quien, muy amable, pregunta:
- ¿Mientras tanto quieren tomar algo: champagne, agua, coca-cola, vino tinto?- y la cámara nos deja ver esos objetos depositados por aquí y por allá, de madera noble, formas bien trabajadas...
Eric de Rotshchild, sonriente, sentado en un sillón, explica que vende los cuadros por “una cosa muy antipática que hay por todo el mundo, los impuestos. En Holanda también hay impuestos y para pagar el impuesto de donación de mi hermano vendo estos cuadros. Prefiero que él no venda los suyos”.
Más tarde, tras valorar la veloz pincelada, de quien sabe lo que hace, de Rembrandt, explica que siente muy próximos esos dos cuadros, tan familiares, que ha visto siempre a uno y otro lado de su cama. Él a la izquierda, Oopjen, a la que ve más despierta e inteligente, a la derecha.
La película va, por lo que veo, sobre la belleza y la pasión por ella.
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