La semana pasada comentaba mi alta estima por las películas de Michael Powell, codirigidas con Emeric Pressburger a partir de un cierto momento. Todas tienen elementos que las convierten en únicas, fáciles de distinguirlas de las de los demás. Quizás únicamente no me atreva ahora, en todo caso, con las de ballet en decorado de ídem (Los cuentos de Hoffmann), pero las demás suelen ser fuente de placeres variados, empezando por su extrañeza, que las hace tan atractivas.
Pensando en eso, anoche, que no sabía por dónde navegar, busquè, encontré y escogí ver “Corazón salvaje” (“Gone to earth”, 1950), pues salvo esa imagen con ella en plan animal salvaje, como una cabra montesa por entre un roquedal (que además quizas sea en realidad de algo estilo “Marianela”), no la tenia presente. Natural: dado lo que narra, no creo que se a fase mostrando por la televisión patria.
Es una más de entre las suyas de esas de tantos colores estrepitososamente contrastados, imposibles, acentuados hasta resultar un precedente claro de los últimos experimentos de Godard, como eran en el fondo los más uniformes de “Narciso negro”. Al menos en la copia de Filmin, restaurada bajo los auspicios de Scorsese.
Hay en ella por momentos tanta variada fauna como en la escena del descenso del rio de “La noche del cazador”, cantidad de personajes “tocats de l’ala” (excéntricos, vamos a decir) y una Jennifer Jones que no me resultó en su papel lo atractiva que podía haberla sido otra actriz, pero aún así la película frece en conjunto un rato sorprendente, distinto.
Las imágenes que cuelgo no tienen, desgraciadamente, el estallido de colores que tanto llama la atención de la copia de Filmin
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