“El más fuerte” (“Den starkaste”, Alf Sjöberg y Axel Lindblom, 1929; también en Netflix) ya no se queda en la categoría de película agradable: lo suyo son palabras mayores. Dudo que haya en todo el catálogo de la plataforma mucho de su categoría.
En una extraordinaria copia restaurada, sin banda sonora alguna, dividida en ocho actos y éstos por unos cuantos intertítulos recogiendo los diálogos, la película es un prodigio tanto del cine documental (el puerto de Tromsö, o desde luego que desde “Nanouk el esquimal” diría que no se ha visto nada así sobre las tierras árticas, aquí con la caza de focas y hasta de osos polares sobre los hielos árticos) como del de aventuras (ese duelo de los dos cazadores tanto por su trabajo como por la misma mujer, hija del capitán del barco).
Pero es que guarda también en su seno, con esa despedida inicial al padre que va a ir en su barco a su expedición estival anual al Mar de Groenlandia o ese verano de trabajo en la granja, cortando leña y recogiendo el heno en los campos que bordean el fiordo, más de una película. Como contiene, además, recursos (sobreimpresiones de pensamientos sobre los discos girando, o más tarde con la evocación que provoca una fotografía) que no despreciaría un Jean Epstein.
Casi todo está rodado en impresionantes -por su belleza- exteriores y unos cuantos interiores en los que sorprende como Sjöberg, que era un jovencito de 26 años, tenía el dominio que tenía para mostrar el juego de miradas de sus actores o con esa cámara acercándose para descubrir algo en la tensión de algún interior o alejándose para asentar alguna sensación. Claro que también puede ser que algo de todo eso se deba a su más experimentado co-director...
Y, a no olvidar, un personaje contemplativo genial, la abuela tricotando...
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