Los dos voyous (hoy llevarían el pelo parcialmente rapado y el cuerpo muy visiblemente cubierto de tatuajes) con la chica que parece hacerles caso, en busca de una discoteca en la que saciar el deseo de ella de bailar. Una película, “Du coté Robinson/Les mauvaises fréquentations” que puede representar mejor que ninguna el Paris (Montmartre, Clichy y Pigalle) de la Nouvelle Vague, pero versión clase obrera.
¡Qué bien sienta el buen cine! La magnifica noticia es que la primera sesión del ciclo Jean Eustache de la Filmoteca, con sus dos cortometrajes iniciales “Du coté de Robinson” (1963) y “Le père Nöel a les yeux bleus” (1966), a la que pude asistir ayer, se repetirá el próximo martes.
Una de las poquísimas facetas positivas que tiene eso de ir haciéndose más y más mayor es que, por muy tocho que sea uno, va conociendo mejor las cosas. Así, a estas alturas, aunque aún se me escape mucho, resulta que conozco un poco el recorrido y singularidad de Eustache (con lo que sé que sus películas siempre están íntimamente relacionadas con su experiencia personal), y que he conocido algo el París escenario del primer cortometraje y la Narbonne de la segunda.
No había visto nunca “Du coté Robinson” (que suele conocerse por el nombre de “Les mauvaises fréquentations”), sí “Le père Nöel a les yeux bleus”, pero en unas épocas en que no tenía una idea formada de Eustache ni sabia demasiado de Narbonne…
Son ambas películas (la primera algo lastrada por no tener sonido directo, sino doblaje, cuyos resultados se ve que molestaron en extremo a Eustache, quien juzgó a partir de ese momento el registro sincronizado de imagen y sonido como imprescindible) reflejo vivo de unos años 60 totalmente distanciados de los actuales. Poco después cambiaron vestidos y costumbres radicalmente.
Rodadas ambas con una cámara muy ligera, en blanco y negro, en buena parte en exteriores y por la noche, la segunda con participación nada menos que de Néstor Almendros, obedecen ambas a historias directamente relacionadas con Eustache.
La primera parte de una anécdota sufrida por la primera mujer del realizador, quien salió a pasear por la calle tras una discusión conyugal y se encontró con un par de animales que estuvieron intentando ligar con ella y… no explicaré más. Pero está claro que Eustache se veía representado por esos dos desgraciados. Él era, como ellos, un proletario (el único cineasta de origen obrero de la Nouvelle Vague) intentando ligar y procurando sacarse un poco de encima la miseria que le aprisionaba.
Una miseria que también está muy presente en el personaje de Daniel (el mismo nombre que el del protagonista de la extraordinaria “Mes petites amoreuses” -1974-) y en sus amigos, pero dentro de una historia mucho menos separable de las visicitudes de Eustache, por cuanto rodada en la Narbona de su juventud, pudiendo apostar que, como haría en sus dos largometrajes siguientes, estaba reproduciendo no solo lugares, sino hechos y todo tipo de detalles. Un ejemplo: ese Henri Martínez que aparece en la trama bajo su propio nombre no es otro que su mejor amigo, el obrero comunista español con el que vivió de todo en Narbonne.
Aunque dulcifiquen la sensación los muchos guiños y citas cinematográficas (carteles de películas en ambas, el Studio 28 en la primera, ese divertido encuadre que muestra a Jean Pierre Leaud mirándose a sí mismo… en el cartel de “Los 400 golpes” en la segunda), la verdad es que sales de la visión de ambas películas asustado por el clima de violencia en el que se desenvuelven los ligues de sus protagonistas o incluso las relaciones internas del grupo de amigos.
Eso y otra sensación brutal, aportada por el paso del tiempo: Mientras en la época íbamos a Francia como quien va a la cuna de la cultura, la modernidad y la Libertad, ¡qué sórdidas se aprecian en el film ahora las actividades de la trama, qué cutres se ven los cafés, tiendas y casas que aparecen, qué peso brutal vemos ahora que aprisionaba a nuestros personajes..!
He salido tan entusiasmado de la sesión que, por poco que pueda, pese a que no lo tenia previsto, volveré a ver las restantes películas del ciclo. Pocas veces se tiene la oportunidad de asistir, de forma ordenada y en condiciones, a la filmografía de uno de los cineastas -para un servidor- más valiosos de la historia del cine.
Jean Pierre Leaud paseando por la noche, intentando ligar, por Narbonne, en “Le Père Nöel a les yeux bleus”. Empiezan los recuerdos directos de Jean Eustache.
Con un amigo por el paseo de Narbonne que también será protagonista en “Mes petites amoreuses”, que habla de su previa adolescencia.
Viendo (lo comenta en voz en off) que las chicas se dejan acariciar cuando va vestido con el traje.
En un Narbonne que entonces, antes de morir por las grandes superficies de su alrededor, bullía.
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