Haciendo ver que anoche no pasó nada por aquí, y que la vida continúa, ahuyentando la pereza ante todo lo que se nos viene encima, yo voy con Eustache:
Se reproducen por muchos sitios las declaraciones que hizo Jean Eustache justificando su interés en volver a filmar, diez años después, la fiesta de La Rosière de su pueblo, Pessac. En ellas comentaba que lo que le habría gustado es que, desde su origen moderno, a finales del siglo XIX (coincidiendo, pues, con el origen del cine) la fiesta se hubiese filmado cada año, ofreciendo así un impresionante retrato histórico.
Ya no podremos nunca ver una “Rosière” de 1990 filmada por Eustache, porque él se apartó del camino a principios de la década de los 80. Y me da por pensar que esa hipotética filmación, nunca realizada, le hubiera profundizado su idea de dejar este mundo.
La proyección de “La Rosière de Pessac” (1979) fue la que clausuró el magnífico ciclo que le ha dedicado la Filmoteca a su autor este verano. Rodada, me da la impresión, salvo alguno de sus planos, de forma bastante más grosera que la de 1968, invita a ir directamente, mediante su visión, a pensar en su tema, sacando en ese campo la conclusión, al comparar con la versión previa, de lo que cambian los tiempos…
No es que el protocolo seguido (elección en el ayuntamiento por un jurado de la reina de la fiesta, desplazamiento del consistorio en pleno hasta la casa familiar de la elegida, desfile con banda hasta la iglesia donde tiene lugar una misa especial, banquete y fiesta final) no sea, con pocas variaciones, prácticamente el mismo. Incluso se capta igual el pase de la bandeja recaudatoria durante la misa por parte de la Rosière ante la mirada inquisitorial del alcalde de turno.
Pero que los tiempos han cambiado en esos años queda evidenciado por el enorme cambio que puede comprobarse, aún siguiendo el protocolo, en la escena inicial de elección entre las candidatas a Rosière presentadas. Frente al sometimiento absoluto a “la autoridad” de 1968, ciertos vientos contestatarios, bastante descreídos, se detectan entre los miembros del jurado, con la presencia honorífica de un alcalde que se nota no imprime a su cometido la pasión que volcaba el de 1968 y que da la impresión de querer pasar página lo más rápidamente posible. Incluso una señora del jurado comenta a su vecina, de forma muy descarada, que la Rosière de hace unos años fue su nieta y, poco después, se enteró de que había abortado, mientras que otra estaba embarazada, ambas cosas radicalmente contrarias a las normas y al objetivo de la tradición de premiar a “una púber reconocidamente virtuosa”.
El mismo pueblo se oye en la banda sonora que es ya una ciudad de 54.000 habitantes (y ahora es un barrio de Burdeos al que se llega con el tranvía municipal…), sin apenas vida agrícola. De hecho, más tarde se nota las dificultades que han tenido para encontrar al más veterano agricultor del lugar al que homenajear, ante el cambio de vida brusco que ha tenido lugar. La chica elegida como Rosière vive en un apartamento situado en un enorme rascacielos de un barrio nuevo, donde se acumulan, sobre todo, recién llegados, que observan el ritual con sorpresa y distancia.
Visualmente también se aprecian mucho los cambios. En vez de el rústico interior donde acontece en 1968 el banquete, en 1979 tiene lugar en los jardines de una propiedad palaciega de la que se deduce se ha hecho cargo o alquilado el ayuntamiento.
Poco antes del final, aparecen en cuadro parte de los técnicos en su cometido durante el rodaje. Eustache, pese a lo que tenia por costumbre en casi todas sus películas, no aparece. Igual ya no estaba para ese tipo de exhibiciones.
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