He disfrutado de lo lindo el pase de “La Rosière de Pessac” (Jean Eustache, 1968) anoche en la Filmoteca.
Lo primero que sorprende es que esta mirada a una Francia provinciana que permanece anclada en las viejas costumbres, entre las que se cuentan el sometimiento a las normas sociales y a las autoridades morales y políticas, tiene lugar nada menos que en el momento en que dirías que todo estaba saltando por los aires: el film se rueda poco antes de mayo del 68 y durante la primera mitad de junio, aún incierta la salida de los hechos parisinos.
Una larga secuencia inicial nos presenta un severo tribunal (me hicieron ver que podía causar una impresión parecida al que juzgó a Juana de Arco…) que, presidido por el alcalde de Pessac, el pueblo donde nació Eustache, escoge quién será la reina de las fiestas de ese año, la “rosière”, al contrario de lo que pasa en los concursos de misses, buscando a la candidata que demuestre “una mayor pureza moral y vida virtuosa”.
Un papel primordial en la película corresponde al omnipresente y locuaz alcalde, con cierto aspecto kennedyano, pero enraizado en la prosopopeya del conservadurismo francés. Muy consciente de la presencia de las cámaras -comenta que gracias a la televisión, esto es, el mínimo equipo de Eustache, todo el país sabrá apreciar la fiesta de Pessac-, se le descubre lanzando disimuladamente, de reojo, continuas miradas para ver si aparecerá y qué imagen dará.
En ocasiones anteriores aprecié la crítica directa que el documental, bajo su apariencia de observador objetivo de los hechos, suponía sobre una situación social anquilosada (la de viejos y también jóvenes, que acuden encorbatados y con sus mejores galas a una comida que parece un banquete de bodas). En esta ocasión, me ha dado la impresión de una cierta ternura a la hora de retratar, sobre todo, esos pasacalles que a todos les van un poco grandes.
En los escuetos títulos de crédito finales, el nombre de Françoise Lebrun como asistente del film. Creo que también intervino en “Le Cochon”. Eustache vivía entonces con ella.
Habrá que volver a ver el documental reincidente, pero con color, de 1979, para comprobar qué efecto causan las famosas repeticiones de Eustache.
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