¿Qué fue primero? ¿”Pickpocket”, de Bresson, o “Une simple histoire”, de Hanoun? La voz en off de Daniel en “Mes petites amoureuses” (Jean Eustache, 1975; ayer en la Filmoteca) te lleva en ocasiones a una u otra, ambas, como ésta, películas de recorrido por un arduo camino, con pruebas -a veces fallidas, a veces superadas- que el protagonista ha de ir afrontando.
Daniel (el mismo nombre que el del personaje de Jean-Pierre Leaud en “Le père Noël a les yeux bleus”, y hay quien dice que a Eustache, en alguna de sus salidas nocturnas parisinas, oían que le llamaban así) es en el film un adolescente que vive al cuidado de su abuela en el pueblo (como Odette nos explicaba con respecto a Jean Eustache en “Numéro Zéro”) hasta que su madre lo reclama para que vaya a vivir con ella en “la ciudad”, que no es otra que la Narbonne de los años 50, con ese paseo arbolado de ribera, por donde todos se pasean arriba y abajo como casi único método de contacto con el otro sexo.
Narbonne es la ciudad de Charles Trenet y, al empezar la película, Daniel queda encuadrado frente a la puerta de su casa que da al descuidado patio, donde tiene una bicicleta y suena, acompañando todos los títulos de crédito, “Douce France”: “Mes petites amoureuses” será, pues, entre otras cosas, una más de las piezas documentales sobre la Francia de las clases populares de la mitad del siglo XX que, mirado con perspectiva, fue hilvanando Eustache.
Antes, no obstante, como pasa en “La maman et la putain” con Alexandre, la ventana del dormitorio de Daniel revela que ha amanecido, y él deja la cama para salir precipitadamente de la casa.
En “Jour de fête” el niño que entra en el pueblo, se topa con los carromatos del circo que va a instalarse en él por una temporada, y aquí pasa otro tanto. Más tarde, en la plaza, al igual que en la plaza del pueblo del film de Tati, unos con unos mazos golpean los enormes palos de fijación que mantendrán tensa la carpa.
No será ni mucho menos la única referencia a películas de culto que pueden pescarse a lo largo del metraje. Ángel Diez nos demostró irrefutablemente cómo hay secuencias de “Mes petites amoureuses” que están planificadas exactamente igual que otras tantas de “Zéro de conduite”, “Pickpocket” o “Nosferatu”. Pero supongo que insistiendo en la visión de la película irían saliendo más.
Después de esta presentación inicial, tras la bondadosa abuela de Daniel (papel en el que reconocemos emocionados a la madre de “La Maison des bois”, de Maurice Pialat) llevándolo al circo, se suceden varias escenas relatando anécdotas muy divertidas (la imitación del fakir por parte de Daniel, por ejemplo) y, sobre todo, los primeros avances en el proceloso terreno de las intimidades sexuales, que dominarán sobre todo la etapa de Daniel en Narbonne.
En el desentrañamiento de esos misterios y las técnicas a emplear para superar las pruebas que van llegando, consiste el máximo interés de Daniel, mostrándose, como todo el film, a base de escenas sueltas que acaban con un fundido. Para ello cuenta con dos o tres puntos de observación. Uno es el famoso paseo de Narbonne, en un banco del cual vemos no sólo a Daniel, sino hasta al mismísimo Jean Eustache, haciéndose partícipe de ese ver la vida (observa a parejas de jóvenes besándose) pasar. Un segundo punto de observación es el de la terraza del café (recorrida sobre todo en un espectacular y virtuoso travelling siguiendo el itinerario de dos muchachas, reflejadas intermitentemente en las vidrieras del local) desde el que toda esa maltrecha basca de adolescentes observan el paso de unas u otras chiquillas… que les dejan claro a la primera de cambio, la lección bien aprendida, que lo que andan buscando es un matrimonio. Y, por último, un tercer punto de observación serían los ventanales del taller de bicicletas y motocicletas donde trabaja, de los que se sentía muy orgulloso Néstor Almendros, director de Fotografía del film, y a los que se arrima cada noche Daniel para ver cómo abraza y besa una reincidente vecina.
Por mi parte, sólo dos acotaciones finales para acabar esta ya larguísima nota:
-Jean Eustache fue el único cineasta de la Nouvelle Vague (o sucesor de la misma) que tenia un origen obrero. Quizás otro que se acercaría hasta rozar esa categoría fue únicamente Maurice Pialat. Pues bien: Maurice Pialat aparece en una escena de la película, encarnando a un personaje que resta humos al lector y aspirante a estudioso Daniel, al que le desanima y desengaña con un áspero “¡Serás un pobre como nosotros toda la vida!”
-Daniel, una tarde ventosa, sale victorioso ante la peña en la conquista de una chavalita que previamente le había sonreído muy graciosamente desde el coro parroquial. El final de la película nos indicará que la historia continuará. De hecho, sabemos a dónde llegará la cosa: está explicada en “La maman et la putain”.
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