La portada del ejemplar, de tamaño y letra más grande que en sus números corrientes.
En el número monográfico fuera de serie (atención: explican que éste será el primero de una nueva colección a ir apareciendo cada semestre) de Cahiers du Cinéma dedicado a François Truffaut, compuesto en parte de cosas antiguas de la revista y en parte de nuevas (entre las que una serie de interesantes entrevistas… de Thierry Jousse - antiguo redactor, y de los más claros, de la revista- a gente de cine actual sobre ese su ancestro), me sorprendo muy agradablemente leyendo una larguísima entrevista de 1981 de Serge Daney, Jean Narboni y Serge Toubiana a Truffaut que o bien no había visto o bien está claro que no me interesó lo que ahora con su lectura.
Y me sorprendo sobre todo al constatar cómo caracteriza, evidentemente con mucha admiración, pero también con un punto de malicia, a Alfred Hitchcock. Unas cuantas frases suyas de ahí entresacadas:
“Si le hurgaba un poco: ‘Pero, si pudiera actuar en total libertad ¿qué haría?’, él no describía en absoluto ningún film de vanguardia, describía un film de Hitchcock con un poco de crueldad aparente. Yo creo que había quedado asombrado por las audacias de Stroheim. Más recientemente había admirado ‘Tristana’ e imagino que no dejaba de lamentar un poco el no poderse permitir hacer llevar una pierna de madera a una hermosa rubia. Aún se estaba recuperando de la impresión, allá detrás de sus gafas. Llegará un día en que por fin se apercibirá que si toda la obra de Renoir es sensual, toda la de Hitchcock es sexual.”
“En ‘Rebeca’, cuando Manderley estaba en llamas, Hitchcock recibió un mensaje de Selznick: es necesario que el humo del incendio trace una gran letra R en el cielo. Hitchcock detestaba esta idea. Hizo entonces bordar la letra R en las almohadas de satín del lecho de Rebeca y mostró las llamas consumiendo las almohadas. ¡Un compromiso muy hábil!”
“Bazin era bastante reticente para con Hitchcock, pero fue precisamente él el primero en emplear la palabra clave, ‘equilibrio’. Mire la silueta de Hitchcock, se ve a las claras que este hombre ha tenido toda su vida miedo a perder el equilibrio. (…) En America conocí al profesor Hugo Gray (…), quien fue a la misma clase que Hitchcock en el Colegio Saint-Ignatius, cercano a Londres, en 1910. Se acuerda muy bien de él como un orondo niño, que era el único que no jugaba en el patio durante el recreo. Adosado a una pared, miraba a sus pequeños camaradas jugar a la pelota con un aire de desdén, sus dos manos cruzadas sobre su vientre. Es evidente que Hitchcock organizó toda su vida de tal forma que a nadie se le ocurriera ir a darle una palmada en la espalda. Tras su primer encuentro por 1940, Selznick escribió a su mujer: ‘He estado con Hitchcock. Es más bien simpático, pero no es del género de tipo al que se le lleva a un camping’ (…).”
“No es tanto la aparición ritual y fugaz de Hitchcock lo que más me interesa de sus películas. Lo son los momentos en los que creo ver pasar sus emociones personales, toda su violencia contenida y liberada, esa confusión única en el mundo entre las escenas de amor y las de asesinato. Los cineastas interesantes se esconden tras diferentes personajes. En el caso de Hitchcock, siento que lograba toda una proeza haciendo que el público se identificara a un seductor protagonista, mientras que él, Hitchcock, casi nunca se identificaba con el héroe, sino que lo hacía lo más a menudo con el segundo papel, con el hombre despreciado -Claude Reims, James Mason-, el monstruoso -Charles Laughton-, el rechazado, el que no tiene derecho a amar, o el hombre que mira sin participar.”
Hay otras muchas otras declaraciones de Truffaut en esta larga entrevista, en la que estuvo muy locuaz y atinado, que le presentan como alguien extremadamente perspicaz en la apreciación del trasfondo de las películas y de los que las hacen, pero no me diréis que ya sólo por éstas que he procurado transcribir vale la pena ir corriendo a comprar y leer la revista…
La R de Rebeca marcada en las almohadas de la película.
Hitchcock de muy infante.
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