Ya sólo por su presentación inicial, en los títulos de crédito, de los personajes y actores que los interpretan (esa costumbre tan buena y tan olvidada), valdría la pena ver “I am a fugitive from a chain gang” (Mervyn LeRoy, 1932; ayer en la Filmoteca).
Unas dinámicas (como toda la película, por otra parte) imágenes de retorno a casa de las tropas norteamericanas que han combatido en Europa acaban centrando la atención en uno de ellos, James Allen, quien, tras la experiencia con los ingenieros militares, quiere dedicarse a construir y no ver sustituido el toque de Diana por el de la sirena de la fábrica en la que su madre y su hipócrita hermano, un sacerdote, quieren volver a recluirlo.
Tras recorrer el país (él en camión, tren o caminando en sobreimpresión sobre diferentes mapas) en busca de trabajo, una desgraciada incidencia cuando rozaba la miseria le adelantará la hora de despertar a las 4,30 h, para acudir a los trabajos forzados, en régimen casi esclavista, a los que ha sido condenado.
La rabia acumulada por el personaje, sumado a estar interpretado por Paul Muni, te hacen pensar que podrá fugarse (lo que, como auguraba el título, es bien cierto), que irá progresando (lo que también es cierto) y llegas a pensar que hasta se convertirá en un Al Capone.
No va para allí la película, empeñada en establecer una confrontación entre dos formas de plantear la justicia, pero la acción que se desata dentro y fuera del centro de reclusión recuerdan las buenas películas de tema penitenciario. De hecho, ésta, muy heredera de su época progresista, es una de ellas
No hay comentarios:
Publicar un comentario