Carlos Benoar ante el cartel de su película sobre su madre que proyecta cada 26 de febrero, en foto de Mònica Tudela para El Periódico.
Por fin he acabado la lectura de “Tótem sin tabú. Del Clot al Kilimanjaro” (Carlos Benpar, Espurna, 2023), quitándome un auténtico peso -1300 páginas…- de encima.
No sé cómo lo he conseguido. Hace una semana hablaba con dos amigos (que aparecen, quedando bien, en el libro) y coincidíamos en que bien poca gente a parte de nosotros podrá interesarse, hacerse con él y leerlo. Aún entre el estrecho círculo de interesados, por conocer al personaje, habrá zonas del libro que les exasperarán… para llegar a otras en que se dirán que en ningún otro lugar podrían leer lo que están leyendo, como, un ejemplo del final del todo, que Antonio Drove está enterrado en el Pere Lachaise, en el sector que indica, en una tumba sobre la que Victor Érice depositó un cactus.
El libro corrobora lo que sabíamos, dicho por él mismo, de que todo lo había aprendido a través del cine, que todas sus referencias son cinematográficas. Es la suya una cinefilia de la pasión por los programas dobles de cines de su infancia, fomentada por la colección de los pasquines de esas películas principalmente norteamericanas de aventuras, muchos diálogos míticos aprendidos de memoria y el conocimiento de títulos, directores, años y actores.
Pero sólo con eso no se sostiene un libro y éste pasa a ser, a parte de la crónica personal de su relación con el cine, con especial hincapié a las preparaciones y resultados de sus propias películas, más cosas, hasta el punto de poder decir que, de acuerdo o no el lector con su resultado, ha escrito el guión más bien engarzado, coherente, de toda su carrera.
És éste sobre todo -y es lo primero que puede echar para atrás- un libro sobre la muerte y sus estragos, escrito inicialmente para asentar el enfermizo recuerdo (hasta el más nimio, con el peligro de sentirlo ridículo visto desde fuera) de su madre (luego alargado el proceso al de su tía), que le hizo también dedicar una película que se empeña en presentar cada 26 de febrero en un lado diferente.
Sus pasiones adicionales al cine -como la del Barça o la de las azarosas correspondencias de fechas, lugares y números- también salpican el volumen. Pero puede ser visto también como:
-Una guía de su barrio natal, el Clot.
-Un inventario de todos los cines que frecuentó a lo largo de su vida, muchos de nombre desconocido por mí: llega a decir que en algún momento contó en Barcelona 160 cines de todo tipo.
-Unas memorias de la clase trabajadora, y sus mecanismos para intentar sobrevivir a la escasez de ingresos económicos.
-Un retrato fiel -a veces desde dentro- de toda la increíble picaresca, los chanchullos, ilegalidades y subterfugios que han corroído siempre todos los niveles, pero sobre todo los del nivel más lumpen, de nuestro cine.
Y, también, suponiendo el grueso de buena parte de la segunda mitad del tocho, su reiterada narración de lo que presenta como su relación con las mujeres, desde sus clases de interpretación (sic) a jovencitas que, irremisiblemente, caen en otro tipo de pasiones, hasta las supuestas idas y venidas de amores peliculeros de inestables mujeres, mencionadas con su nombre real (“sin tabú”) o camuflado.
Uno se pregunta si ha construido, al menos en lo que hace referencia a este último aspecto, todo un artificio narrativo, toda una fantasía novelesca sobre su personaje y sus relaciones, si bien es verdad que ciertos datos parecen indicar que al menos algo habrá de verídico (una de las mencionadas con su nombre, por ejemplo, es la protagonista de su última película de ficción).
Todo un personaje, casi increíble, el autor de este novelón.
Portada del libro de marras.
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