Tiene una portada de esas austeras, típicas aún de las editoriales francesas, en las que se apuesta únicamente por el poder de atracción del autor y su título (aquí este “Sí nous avions su que nous l’aimions tant, nous l’aurions aimé davantage”, tan largo que decidieron no añadirle nada como subtítulo), pero el departamento de comunicación de la editorial juzgó oportuno añadirle para su distribución una faja con el nombre y la imagen del destinatario de tan encendido elogio fúnebre, Bertrand Tavernier.
Lo firma el actual director del Festival de Cannes, director durante muchos años del Institut Lumière de Lyon, del que fue presidente vitalicio Tavernier, y escribe en él un panegírico sobre sus cuarenta años de convivencia, mientras intenta reflejar el magisterio que, en todos los órdenes de la vida, le dispensó.
Si algo se recalca en el libro es esa notable característica de Tavernier, siempre fijándose y dando a conocer a determinados guionistas o cineastas más bien ocultos o poco valorados en la historia del cine, como André de Toth o el mismo Michael Powell.
Por sus páginas, siempre destinadas a mostrar la admiración de Fremaux por Tavernier, se habla también de Lyon, de su gusto por los paseos mientras hablaba por los codos de los libros que estaba leyendo o las películas que había visto, de sus opiniones sobre diferentes temas, de trazos característicos de su personalidad, de su hiperactividad, de sus películas o de las presentaciones de films que prodigó por doquier, siempre explicando algo original, alejado del tópico.
Y se habla, claro está, de que fue la bestia negra de toda una corriente crítica, que Fremaux indica sostenida por el tridente Libération - Cahiers du Cinéma - Les Inrockuptibles. Se lamenta Fremaux del artículo que el diario sacó con motivo de su muerte, en el que se reafirmaban en todo lo que habían cargado contra él, diciéndose que podrían haber esperado un poco y, después de revisar sus películas, haber hecho un artículo reafirmándose en que no eran de su agrado.
No leí ese artículo demoledor, pero sí que lo hice con los de Cahiers y Los Inrockuptibles. El de estos últimos creo recordar que era -como suele ser todo lo que ahora sacan de cine- más bien olvidable, muy neutro y superficial, pero el de los primeros es verdad que me chocó por su crudeza cuando se estaba dando noticia de su muerte.
Entiendo ciertas reticencias con el cine de Tavernier que profesaron los de Cahiers, en mi mollera similares a los que en España existen con respecto a ciertos festivales “oficialistas”, al cine que hizo Pilar Miró, etc., pero, si bien es verdad que alguna de sus películas que en tiempo me maravillaron se me han atragantado un poco al volverlas a ver, sigo sin querer hacer ese ejercicio de revisión con otras, para dejarlas en ese sitio prominente en las que las coloqué en el momento de su visión.
Y, luego, debería decir que hay cosas de Tavernier que entiendo que deberían tender puentes con los de esa línea crítica. Para empezar, antes de ser realizador él mismo escribió bastante en el Cahiers du Cinéma, pero eso no fue óbice para que dejaran por el suelo todo lo que luego realizó, mientras no pasó en absoluto lo mismo cuando Chabrol -que lo hizo varias veces- pinchara estrepitosamente. Pero es que unos cuantos de los cineastas elogiados -y a veces resucitados- por Tavernier son también de los más estimados por la línea cahierista…
Fremaux pasa detallada revista a los posibles motivos del desencuentro, que se ve que amargaba bastante al cineasta, y no da con ninguna razón de peso.
Quiero acabar con dos fragmentos del libro. Un primero sobre su discreción emocional:
“A la muerte de Jacques Deray, pronunció unas palabras que habría sido incapaz de dirigirle estando él vivo. Pero adoraba evocar a los muertos, como hizo para su amigo Polanski: ‘Abe me contó que Robert Aldrich, sintiendo acercarse su fin, quiso hablarle: ‘Sentía una inmensa cólera, una rabia increíble contra Hollywood, los poderes financieros, la política americana, Wall Street… Monologó contra Nixon, la guerra del Vietnam, la corrupción del partido demócrata… Se había mantenido siendo un hombre de izquierdas e incluso se había radicalizado. Bob Aldrich ha muerto en estado de revuelta y de cólera.’ No sabía entonces que acababa a la vez de pronunciar su propia oración fúnebre.’ Bertrand tampoco habrá cesado nunca de hablar de sí mismo hablando de los demás.”
El segundo, guardándome otro sobre su recepción del primer largometraje de Victor Érice en Cannes para otra ocasión, es una reflexión sobre lo falto que está el mundo del cine de gente como Tavernier para ser mínimamente respetado:
“Los amantes de la literatura o de la música han impuesto desde siempre el respeto, el recogimiento, el conocimiento, mientras que el amor al cine se disuelve en el gran conjunto, rebosante, de las imágenes descargadas, objeto del ‘straming’, pirateadas, rechazadas en la inmensidad de un mundo nuevo que ignora cómo distinguir los films de Karel Reisz y Jacques Rozier.”
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