Quizás estiré más el brazo que la manga y ayer, por primera vez en el ciclo del primer Sirk alemán de la Filmoteca, no salí satisfecho de la experiencia.
Se trataba de “La habanera” y, sobre el papel, todo pintaba de lo más atractivo. Rodada en la Canarias nacional de 1937, hacían ver que se trataba de Puerto Rico, una isla ambientada con todos los tópicos hispano-tropicales que quepan en la imaginación.
Todo eso queda claramente expuesto en la primera media hora de película, con un ritmo, exotismo y luminosidad radiante. Unos niños colocados en una valla de madera frente a la plaza del pueblo donde se desarrolla un espectáculo musical a la que asisten las dos mujeres suecas que visitan el país recuerda enormemente una fotografía de Leopoldo Pomés con ese mismo motivo, si bien en esa ocasión los niños asisten a una corrida de toros en el coso improvisado de un pueblo de Almería. Una corrida -ahora sí- con un escuálido novillo, la única de todo el año en la isla, acaba con el cacique en la arena para matar el toro que representa ser “de una de las más importantes ganaderías española”. Un lance del lenguaje de los abanicos, “que toda la isla conoce”, detecta que la atractiva mujer sueca baja sus defensas ante el latín-lover. Etc…
Pero transcurrido este largo prólogo tan vivo, el grueso de lo posterior, excepción hecha de la bonhomía de un doctor de Río de Janeiro y una actuación de la protagonista cantando en un patio la habanera del título de forma que podría pasar por una secuencia de Von Sternberg, se me ha hecho larguísimo, sin apenas motivos de alegría.
No existen los brillantes raccords de películas de Detlef Sierck previas (quizás, únicamente, la sucesión de subidas de persianas de buena mañana, primero en el Caribe, luego en Suecia, y un corte previo de un beso a la imagen de un barco zarpando) y las canciones que la melancólica madre canta a su repelente niño han provocado que ya no supiera cómo sentarme en la butaca.
En el cuarto capítulo de “Directed by Douglas Sirk” (1982), que han pasado como entrante, Sirk decía que en películas como ésta él empleaba la ironía, para ofrecer al espectador una sombra de escepticismo ante el romanticismo ofrecido. La verdad es que yo no encontraba la ironía, y me entraron dudas sobre si estaba encarnada por el ostentoso bigote que presentaba la sombría aya de la película. El ridículo tricornio que llevaban unos guardias de la isla, hilarante para nosotros los de estos pagos, me temo que no estaba colocado como nota irónica, sino ambiental.
Y, voy a decirlo, la película podría pasar, creo yo, por una perfecta muestra del periodo nacionalsocialista alemán. Su estética es la de ese tipo de films, y el racismo que exhibe es algo más que un ligero ramalazo. El doctor que le dice a la protagonista que ella no puede vivir ahí, que ese no es su país, no es alemán, pero vaya: se trata de suecos, que me parece que también eran considerados de raza aria. Su desprecio por todos los de “America Central” se hace patente, y así…
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