El niño haciendo un puzzle en la alfombra.
No he encontrado el momento de entrada de la madre, tan dulce, sí el puzzle que completaba la criatura, pero he pensado que me expedientaría el autómata de FB, tan tonto él, y encuentro este fotograma ya en pleno berrinche.
Y ésta, dejando en la red las más sanguinolentas.
Hay que reconocer que su prólogo es magistral: plano del exterior de una casa de madera típica del lugar: Boston, 1942, indica un letrero sobreimpreso. Pasamos a un interior: un niño está agachado, concentrado, jugando en la alfombra de su dormitorio. Abre la puerta su madre que, con ojos amorosos, lo contempla. Se acerca hacia él, que permanece de espaldas, para averiguar a qué dedica tanta atención. Entonces ve que está poniendo las últimas piezas de un puzzle, completando la fotografía de una chica desnuda. El sentimiento amoroso que reflejaban los ojos de la madre se convierte bruscamente en odio. Le arrea unas cuantas tortas bien dadas, mientras relaciona a grito pelado la concupiscencia del infante con el desorden que en la materia se ve que profesaba su padre.
Ni que decir tiene que el comportamiento de la madre provoca un trauma gordo en el niño, que intenta resolverlo por lo sano, pegando unos certeros hachazos a su progenitora y descuartizando su cadáver, eso sí, dejando la habitación, alfombra y puzzle hechos unos zorros, todo empapado de sangre.
40 años más tarde… veremos que ni eso acabó con su trauma. O que al antiguo niño le entró el gusto por la operación, y se suceden entonces venga escenas truculentas, en general con sierra eléctrica a lo “La matanza de Texas”, precedidas de los consiguientes preámbulos de toda intriga de terror: calles, jardines y habitaciones oscuras, estrechos corredores, puertas que no abren, ruidos tremebundos, etc.
La película de la que hablo es “Mil gritos tiene la noche” (Juan Piquer, 1982), que grabé anoche en Movistar, con la única excusa de que Joaquín Jordá había empezado con Piquer. Hasta hoy no he detectado mi confusión. Fue en realidad con Germán Lorente, mientras quien empezó en los primeros 60 haciendo cine con Piquer fue Llorenç Soler. Confusión entre valencianos, pero sin perdón.
Si alguien tiene acceso a Movistar, que mire el prólogo y luego la apague, aunque luego, haciendo otra cosa porque se muestra muy repetitiva y por tanto insoportable, también puede echarse alguna risa viendo la caracterización norteamericana de las localizaciones: que si determinados mapas, que si coches grandes y sus matrículas, que si unos uniformes policiales de casa Menkes…
Un toque de remordimiento me ha alcanzado al ver que el responsable de su fotografía era Juan Mariné, al que hoy se le ofrece un merecido homenaje en la Filmoteca… al que no podré ir.
Mira por donde, circunstancias de la hora de la siesta, me he acercado un poco a los gustos de toda esa banda de frikis que goza constantemente de estas cosas en el festival de Sitges y similares. Espero no dejarme ir por la pendiente.
La siguiente víctima.
Para ver el percal de la película basta ver al sospechoso de asesinato con sierra en sus manos y al inspector.
No hay comentarios:
Publicar un comentario